Martha Arbeláez Y SU LABORATORIO MÍSTICO DE REMEMBRANZAS
Su más reciente serie, Atmósferas en movimiento, es una combinación de escultura y pintura que tiene proyectado llevar al Museo de Arte de las Américas, de la Organización de Estados Americanos.
Por MELISSA TOVAR GUERRERO / Fotos CARLOS EDUARDO FONSECA
Martha Arbeláez denomina su arte actual como una pintura escultórica que, teniendo como fondo colores que cambian según la ubicación de cada cuadro con respecto a la luz, produce música gracias a las intervenciones en primer plano de fragmentos de maderas pintados en cobre y oro. Estas maderas quedan suspendidas entre el lugar de donde vienen, el lienzo, y el lugar a donde las lleva el viento, nuestro mundo. Su pintura escultórica es el libro mecánico del arte.
Nació en Armenia en 1961 y llegó a Bogotá cuando tenía 18 años. Es Licenciada en Bellas Artes de la Universidad de la Sabana, cuando eran los profesores de la Universidad Nacional quienes daban las clases en la naciente alma máter. Estudió Locución y producción de medios audiovisuales, Gerencia para las artes y tiene una maestría en Ciencias de la educación. Más allá de esta preparación académica Martha se describe como un “testimonio vivo e inspirado por Dios” y es esta identificación la que da sentido a su trabajo místico y creativo.
A esta manifestación espiritual no llegó con la prontitud del cambio de los colores en el cielo al atardecer. Autodidacta desde los ocho años, se interesó por las imágenes gracias a un regalo que le hizo su padre, la Enciclopedia de Bellas Artes. Quedó cautivada por los impresionistas y evidenció su fervor realizando interpretaciones de maestros como Monet, Cezanne, Gauguin y Manet.
En su juventud recreó, incansablemente, los bambús, las guaduas, los cafetales y el Valle de Cocora. Sus raíces quindianas, además de regalarle la majestuosidad de estos paisajes, le enseñaron que en la repetición se perfecciona la capacidad de reconocer los detalles y buscar la particularidad, característica por excelencia de la naturaleza. Por causa de tantas líneas definidas, sombras y luces insinuadas, su propuesta artística tuvo una metamorfosis cuando conoció a Dios y decidió orar antes de dar la primera pincelada de cada cuadro. Así empezó a ver, tan claro como el agua, las imágenes de las obras en su mente antes siquiera de mezclar los colores. Desde entonces retornó a su devoción por el impresionismo y convirtió el universo de lo abstracto en su argumento pictórico.
Ahora recrea atmósferas de colores, trabaja con la espátula o los pinceles para producir desvanecimientos y contrastes. Sus cuadros, cuando los reconoce en la intimidad de su mente, los ve en una sola dimensión, y mientras los transmuta desde su ser hacia el exterior indaga cuáles efectos pueden otorgarle a sus espectadores perspectivas para que la obra adquiera presencia en el entorno humano. De esta manera, su proceso creativo se convierte en una remembranza que al ritmo de la repetición alcanza la soberbia calidad de lo original.
Desde su primera muestra artística, sobre las manos, ha trabajado el óleo y el acrílico sobre lienzo, y en la actualidad, en lo que Martha interpreta es su maduración en este oficio, quiere realizar una sinergia entre la pintura y la instalación escultórica.
Ha expuesto en España y recibe noticias de su público, atento a las novedades, desde Suiza, Alemania y Francia. En ellos reconoce los ojos de quienes saben cuándo una pintura ha sido hecha a la ligera y cuándo contiene el invaluable valor del tiempo macerado en los colores y las formas.
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