Gracias, Mamá.
El escritor y periodista Carlos Gustavo Álvarez Guzmán está próximo a lanzar un nuevo libro de la serie que publicará dentro de su proyecto Triunfo Red. Como una primicia les compartimos el prólogo de este segundo tomo aprovechando la coyuntura especial del Día de la Madre. Un elogio sentido y conmovedor que habla de amor y gratitud, y que sin duda tocará las fibras de todos los lectores. Con este texto MOMENTOS felicita a las mamás en su día.
Escribo estas palabras una semana antes de celebrar el Día de la Madre.
Es decir, el 12 de mayo de 2019. El segundo domingo de un mes que la iglesia católica consagró a María, aunque la celebración de la maternidad estaba presente en las culturas griega y romana y en sus Diosas.
¿Conoces la historia de esta fecha? ¿Sabías que la persona que promovió su festejo renegó de ella después, al constatar su monotemático aprovechamiento comercial?
Era el año de 1870, en Boston (Estados Unidos). La activista Julia Hard Howe organizó una manifestación pacífica y una celebración religiosa, para honrar a todas las madres víctimas de la Guerra de Secesión americana (1861 – 1865).
El buen suceso de esta iniciativa llevó a una ama de casa llamada Anna Reeves Jarvis, a buscar que se determinara una fecha de celebración oficial. Propuso el segundo domingo de mayo. Ese día había muerto su madre. Desde 1908, promovió su empeño. En 1914, el presidente de los Estados Unidos Thomas Woodrow Wilson convirtió el Día de la Madre en una celebración oficial nacional.
Anna no contaba con que el interés comercial banalizara su idea y la convirtiera en un tintineo de cajas registradoras. Protestó. La arrestaron. Perdió el apoyo de los que la habían acompañado. Antes de su muerte, manifestó el arrepentimiento por haber suscitado el Día de la Madre.
En todo caso, el Día de la Madre se celebra en diferentes fechas a lo largo y ancho de este mundo nuestro.
Historia de una admiración
Te conté esta historia, porque eso es este libro digital, el segundo correspondiente a la serie LA FUERZA + PODEROSA DEL MUNDO: Historias. 111 Historias de Mujeres Triunfadoras.
Y porque apoyando el sentido de este prólogo hay una historia: la de mi Mamá.
Creo que con Melissa Tovar, la autora de los dos libros, compartimos un sentimiento irreductible, férreo, enhiesto: la admiración por nuestras madres.
Porque de ellas hemos aprendido la lección, la gran lección.
El ejemplo de vida.
Mi madre se llama Aracely. Es de Venadillo, Tolima, un pueblo ardiente de Colombia.
Va a cumplir 95 años.
La violencia partidista la expulsó de su tierra, la lanzó con mi abuela María a buscar un futuro en Bogotá. En la fría capital de Colombia.
Aprendió a escribir con el Método Palmer de Caligrafía. Tenía una letra grácil y hermosa, que no pudo volver a dibujar sobre ningún papel, cuando la maculopatía le borró la claridad central de sus ojos.
Pero en esa gélida Bogotá, cuyo núcleo fue destruido en el luctuoso 9 de abril de 1948 –cuando a ella la devolvieron de Casa Toro, donde trabajaba y a la que acudió puntual a su jornada de la tarde a pesar de esa orgía de balas–, aprendió Taquigrafía por el Método Gregg, a escribir a máquina, contabilidad…
Fue en la Academia Remington Camargo (con la señora Elisa, me recuerda ella con su memoria prístina), que quedaba en un segundo piso, cerca de La Gran Vía donde se suicidó el magistral caricaturista Ricardo Rendón. En la Carrera 7ª entre calles 18 y 17. Muy cerca del Tía.
También rememora mi Mamá Aracely, que estudió en la Academia Paciolo. Fundada en 1934, por Leonor Álvarez de Lizarazo y José Ignacio Lizarazo Díaz. Mi mamá habla hoy, como si fuera ese lejano ayer, de doña Leonor, que así la ha llamado siempre.
La Academia quedaba en la Carrera 8ª, entre calles 5ª y 6ª. Mi mamá y mi abuelita María vivían por ahí. Imagínenla caminando de ida y vuelta hasta Casa Toro –que también había comenzado a rodar en 1934 con carros Ford, y quedaba en los números 27-81 y 27-85 de la Carrera 13–, mientras el pueblo desbordado vengaba el crimen de Jorge Eliécer Gaitán y la injusticia de la pobreza soterrada.
La lucha por la vida
Mi Mamá quedó sola cuando mi papá, que había conocido en Casa Toro, se marchó poseído por su propio drama.
Ella, sola, respondiendo por mi abuelita, mi hermana Luz Mary y por mí.
Era joven y bonita. Alegre. Tenía el pelo largo y ondulado. Bailaba con gracia las melodías que tocaban las orquestas de Lucho Bermúdez y Pacho Galán, en los amplios salones de los clubes de antaño.
Laboró en varios sitios. Hasta que llegó a una empresa llamada Proficol, a una cuadra de dónde vivíamos, en el Barrio Santa Fe, antes que lo atraparan la prostitución y la delincuencia.
Era cajera.
Allí se pensionó.
Y se enfermó de los pulmones con los olores de plaguicidas como el Paration, que escalaban el aire desde la bodega.
No existían las ARL. No había protección.
Mi mamá lloraba por las noches cuando no alcanzaba el dinero. Y ese era un momento realmente crítico. Porque nadie manejaba sus ingresos como ella, estirándolos como mágica moneda. A ese sentido que nos enseñó cada día de nuestra infancia y buena parte de nuestra adolescencia le dediqué mi libro Lecciones Financieras de Mamá.
Mi Mamá vivió después una vida tranquila, en general, y únicamente agobiada por episodios adversos a su salud.
La maculopatía que ya mencioné. Y a la que se sobrepuso, manteniéndose autónoma e independiente. Y con milagros, como cocinar mejor cada día a pesar su limitación visual.
Ella me enseñó a cocinar. Me escribió en un cuaderno sus recetas, una manual obra de arte plasmada con su bella y caligráfica letra.
Mi gratitud fue escribirle y grabarle ¡CHEF!, el primer audiolibro digital en formato de radionovela hecho en Colombia, un trabajo inolvidable que hicimos con mi amigo grande Yezid Vanegas.
Noticias de un accidente
Mi Mamá Aracely se ha negado siempre a perder la libertad. El pasaporte de su movimiento autónomo.
Y hacía, sola, caminatas de quinceañera que me dejaban el alma en vilo.
Un día de sus 92 años, mientras iba por el andén con sus talegas de mercado, un vendedor ambulante de frutas y chucherías la atropelló con su carromato desbocado.
–No la vi, señora –-le dijo.
Y se fue.
Le partió la cadera derecha.
Fueron días de pesadilla.
El doctor Álvaro Díaz Granados Santos, Jefe de Traumatología y Ortopedia de la Clínica Shaio, le dijo que la operación era de cuidado. Pero si ella la autorizaba, él se comprometía a que siguiera caminando por la vida.
–Haga lo que considere necesario, doctor –le dijo ella–. Pero yo no quiero estar postrada en una cama.
La recuperación fue lenta. El doctor Álvaro nunca dejó de alentarla. Ni de sorprenderse de hallar una viejita con tantas ganas de vivir y de caminar.
Su esfuerzo por recuperar el movimiento, con fisioterapias y ejercicios heroicos, fue descomunal.
Hoy mi Mamá se desplaza lentamente con su bastón. Ya casi no sale de su apartamento. Ni hace recorridos de epopeya.
Va acompañada al centro comercial. A la peluquería. A que le arreglen las uñas. A que le despunten su fastuoso pelo blanco.
Oye cada día menos. A pesar de los audífonos…
Mi Mamá es invencible.
Ha inspirado mi vida.
Ahora tengo lágrimas en los ojos.
Sobra decir que este libro –que por supuesto, dedico a las magníficas mamás de mis hijos y en el que también va la historia de la admirable madre de Melissa — es por y para una mujer.
Aracely.
Gracias, Mamá.
Carlos Gustavo Álvarez G.
Bogotá, mayo de 2019.
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