LUCY FALCONE: UNA HISTORIA DE RESTAURACIÓN
“En verdad nunca pensé en el sueño americano, me quedé en este país porque no quise regresar a Colombia con las manos vacías, tal vez a ser carga para mis hijos”.
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Era el 31 de marzo de 1943, en el hogar formado por Jesús Horacio Hoyos Delgado y Stella María Escarria Ocampo, nació la primera hija de 11 más que con el tiempo fueron llegando. “Yo, Lucy María Hoyos Escarria, fui esa primera niña y crecí ayudando a mi madre a cuidar y a criar a mis hermanos y hermanas. Mi padre, abogado de profesión, ya fallecido, no me dio estudio por la misma razón, y he sido empírica en todos los oficios que he desempeñado. A los 20 años tuve mi primera hija: Lucy María Hernández Hoyos, luego llegaron 4 hijos más, y su padre, por celos, me mantuvo bajo llave durante 10 años exactos.
“Mi único trabajo en esa época fue como ama de casa hasta que cumplí mis 30 años. Dios me liberó de ese yugo y en 1972 entré a trabajar en Telecom por seis años, tres de ellos como operadora internacional pues ya había tomado dentro de la empresa clases de inglés. Después estuve cinco años como representante comercial de Jardines El Apogeo, y tres en El Recuerdo. Fue así como pude mantener a mis hijos y medio educarlos, pues yo no quería que ellos sufrieran lo que yo había pasado.
“El 6 de enero de 1988 pude volver a Estados Unidos. Mi hija menor, Rita Hernández, había nacido en este país el 3 de febrero del 70. Los dos primeros años, sufrí mucho por el idioma y porque mi cuñado no me quiso más en su casa a pesar de que les hacía los oficios en la factoría que tenía y en su casa. A raíz de semejante problema me casé con Juan del Valle, puertorriqueño
“El primer domingo de septiembre del 88 tuve una experiencia espiritual maravillosa que cambió mi vida, mi corazón y mis sentimientos porque yo era una mujer amargada y llena de odio, pero me rendí a los pies de Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios, y Él obró el milagro de restauración en mi vida.
“Al final del 93 me divorcié. Habían transcurrido 5 años desde mi llegada a los Estados Unidos. Quedé sola con la responsabilidad de un apartamento y todas las obligaciones, pero mi Dios no me ha desamparado.
“Lo mejor de vivir aquí es el poder adquisitivo del dólar, y he podido ayudar a mis hijos en varias emergencias lo que hubiera sido imposible estando en Colombia. El primero de junio del 94 empecé a trabajar manejando un bus de la escuela, hasta el 24 de marzo del 2009. Trabajé también en una fábrica de ropa interior y deportiva. Gracias a Dios estoy pensionada, tengo mi casa, y hasta ahora no me ha faltado nada por la gracia y misericordia infinita de Dios nuestro Señor.
“En este momento vivo de la administración de mi casa que es grande y la puedo subrentar, así se está pagando solita. ¡Bendito sea Dios! Doy el diezmo en mi iglesia, lo cual es una gran bendición para mí y lo he experimentado en carne propia, pues Dios bendice al dador alegre”.
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