LUIS FERNANDO SANTOS CALDERÓN
EL VISIONARIO DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN
POR CARLOS GUSTAVO ÁLVAREZ G.
FOTO CORTESÍA ARCHIVO EL TIEMPO
Un numeroso grupo de personas compartimos hace más de 30 años, una época de nuestras vidas y de nuestro quehacer profesional como periodistas, en las que en ese momento eran las nuevas instalaciones de El Tiempo, mole de ladrillo sembrada entre los potreros vacunos de la Avenida El Dorado y abajo de la carrera 68, y marcada con el número 59 – 70. Lo hicimos en compañía de los integrantes de las familias Santos Castillo y Santos Calderón. De la primera hacían parte los jefes, don Hernando y don Enrique, y de la segunda, por efecto del matrimonio de los mencionados con las hermanas Calderón, una tropa de muchachos y Juanita y Adriana. Eran tan jóvenes como muchos de nosotros, no tan adultos como Ismael Enrique Arenas que era el más antiguo, pero todos orgullosos de trabajar en el periódico más importante de Colombia, en un ambiente de hermandad en el que las fronteras entre herederos y trabajadores no estaban trazadas con alambre de púas.
Aunque había nacido en el año gris de 1948, Luis Fernando Santos Calderón era como el otro jefe. Hijo de don Enrique y hermano de Enriquito, Felipe y el señor Presidente de la República, ocupaba una oficina fuera del espacio de la redacción, opuesta en la cuadratura del edificio a la del Gerente General don Carlos Pinilla. Graduado en Periodismo de la Universidad de Kansas –competencia que le permitía emitir las opiniones más certeras sobre artículos, diseños de páginas y estructuras editoriales, tanto del periódico como de las revistas que circulaban con él-, había enfocado su trabajo hacia la Producción y la Gerencia. Mejor dicho: conocía todo lo que hay que saber sobre medios impresos. Difícil meterle gato por liebre.
Y tenía una cualidad que parecía entregada por las hadas: leía el futuro. Era clarividente, augur, arúspice. El chamán de la tribu. A Luis Fernando se atribuía el haber transmutado la legendaria sede de la Avenida Jiménez a los pastizales de la Avenida a El Dorado, el haber pasado de las galeras y los linotipos a modernos sistemas de producción que él conocía como la palma de sus manos, las que guardaba en los bolsillos de una bata laboral azul oscura (¿O gris?). Así ataviado, hacía esporádicas incursiones a la sala de redacción. La mayoría de nosotros, lo recibíamos con el cuarto “don”: el saludo a don Luis Fernando.
Tenía en su mente el acontecer del periodismo mundial, pero sobre todo el norteamericano, que volcaba en la marcha de El Tiempo y sus revistas, y en las efervescencias de Andiarios y la SIP. Como cuando se enterró la cápsula de El Tiempo, a Luis Fernando le tocaron tiempos de cambios, que cumplió a cabalidad. El paso de las cuartillas a los computadores. El tránsito a la multimedia. La televisión, internet, las plantas satélites y quién sabe qué cosas más en los 14 años que estuvo en la Presidencia de la Casa Editorial.
Para llegar a don Luis Fernando había que hacer escala en el escritorio de Betty, su amable secretaria de siempre. Era más fácil el tránsito que la meta, pero también en el instante en que se hablaba con él se aprendía. Y uno salía de allí con la admiración acrecentada. La misma que quiero verter en este artículo, naturalmente y sin la ´sapería´ que tanto le molesta a Luis Fernando, el gran visionario de los medios de comunicación, hoy asesor de Pulzo.com
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