Viajar en Auto Stop
Un viaje maravilloso, agitando un dedo al aire cuando eso se podía hacer, lograba el prodigio de detener cualquier medio de transporte, carro, camión o tractomula y aprovechar la generosidad de los conductores para viajar gratis. Hacer Auto Stop, que coloquialmente llamábamos «echar dedo», era en mi juventud la más placentera forma de conocer Colombia. Recorrer medio país sin otra meta que la de experimentar el tremendo desafío de viajar en todo tipo de vehículos, avanzar a pie por largos trechos, hacer caminatas por senderos donde reina un ambiente natural exquisito y por caminos reales donde subyacen las huellas de los forjadores de esta patria que hay que conocer con entusiasmo ejemplar y desbordante espíritu de aventura.

Joaquín Reyes Posada, periodista y escritor.
Por Joaquín Reyes Posada
Fotos PIXABAY
Eso hicimos nosotros, cinco jóvenes amigos en aquella época inolvidable. Por nuestras carreteras generosas de paisaje exuberante y aromas perfumados, se desplazaban turistas amables en sus carros, conductores de camiones, tractomulas enormes, camionetas o furgones. Cuando se detenían, la alegría copaba nuestra alma de viajeros. Hacían cupo para llevarnos entre cargas de café, frutas, marranos o cualquier otra cosa. Nos subíamos aprisa no fueran a arrancar el vehículo sin nosotros. Era difícil que nos llevaran a los cinco, entonces nos dividíamos. El punto de encuentro era la puerta de la iglesia principal de cada pueblo, que servía de estación en nuestro delicioso y por ratos sufrido itinerario.
Los paisajes que se veían no podían ser más evocadores. Montañas, pequeñas huertas familiares, una caída de agua limpia, lotes de pastoreo o extensos cultivos de trigo y cebada de la sabana en la fase inicial.
Traigo a la memoria el más delicioso viaje hacia el Golfo de Morrosquillo. Morral al hombro salimos caminando hasta la Avenida Caracas en Bogotá. Eran las siete de la mañana del lunes 24 de noviembre. El único pasaje que cancelamos fue en un bus destartalado modelo 48, vehículo que se resistía a visitar el cementerio de chatarras. Un auténtico trasto con ruedas. Subimos al aparato para hacer el trayecto desde Chapinero hasta la calle 13. Hacia el sur se inicia la autopista que conecta la ciudad con la carretera a Silvania, Fusagasugá, Melgar, Girardot, e Ibagué. Y de ahí a muchas ciudades en el camino hacia la costa el destino soñado. El mar, las brisas tropicales, la paz rondando el aura del Caribe.
De común acuerdo nos dividimos en dos grupos. Viajaríamos todo el tiempo así, hasta encontrarnos en la puerta de la iglesia principal de cada pueblo o ciudad. La ruta estaba impregnada de sorpresas. A lo largo de esta travesía no sólo vehículos nos transportaban, tuvimos que realizar prolongadas caminatas con nuestros morrales y equipo de camping hasta llegar a nuestro destino final, el Caño Guacamayas a varias horas de Tolú. Sus hermosas playas bien preservadas en un entorno de vida saludable, justificaba el esfuerzo de llegar tan lejos mediante el sistema de auto-stop.
Al norte de ese municipio, las Playas Guacamayas invitaban a gozar de plena naturaleza, su nombre deriva del Caño Guacamayas ubicado en el extremo norte conectado con la Ciénaga de la Leche y el mar. Allí hicimos el campamento, tendimos nuestras carpas y organizamos nuestros atavíos. En adelante nos propusimos alimentarnos con los recursos que encontráramos, frutas, bajar con dificultad cocos de los cocoteros de palmas altivas y espigadas que nos daban sombra en las horas de calor tropical, nos dedicamos a la pesca, conseguimos algunos plátanos para freír. La vegetación nativa era ideal para tener momentos valiosos de relajación y meditación profunda. En ese paraíso, lugar costero de enorme ensueño, el tiempo pasa lento y mantiene un estado de serenidad y descanso lejos del bullicio de la ciudad, un refugio que resultó indispensable para afrontar el viaje de regreso, otra vez en auto-stop sin saber la suerte que correríamos.
Fueron Momentos imposibles de olvidar. Pero el regreso fue tan interesante como la ida en busca de las maravillas que entrega a los viajeros el majestuoso Golfo de Morrosquillo en la costa atlántica de Colombia.
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