La vida a bordo viajando hacia las Indias

La vida a bordo viajando hacia las Indias

Bueno es conocer las condiciones que acompañaron a los viajeros de las Indias para formarnos una idea de las peripecias que vivieron para acceder a su ensueño de llegar al Nuevo Mundo.

POR LUIS BENJAMÍN CEDIEL GUZMÁN

Lo primero, antes de emprender el viaje, era obtener la aprobación por la Casa de Contratación de Sevilla o su despacho en Cádiz.  Era una opción de vida para súbditos cristianos y restringida para moros, judíos, gitanos, y otras particularidades divergentes del credo cristiano de Roma. Su control fue ejercido, tanto en la península, Islas Canarias y provincias de ultramar, por el Tribunal de la Inquisición, manejado por la Orden de los Dominicos. A partir de su conformidad, los viajeros inician su odisea. La ambición y la codicia siempre han alentado todas las aventuras de la humanidad.

Para pasajeros y tripulantes se deduce que ocupan 1,5 m2 por persona abordo. Los más pudientes y afortunados se instalan en un puesto bajo los castillos, o un camarote alquilado por los oficiales. Los demás, en la noche se tienden en esteras donde consigan un espacio libre. De día, discurren todos en la cubierta junto con sus arcones, líos y jaulas para animales pequeños, pues las entrecubiertas son nauseabundas. Para su comodidad y sombrío diurno la tripulación tiende toldos entre el palo trinquete del castillo de proa y el Palo Mayor; otro entre el Mayor y el Mesana. Lo que todos temen son los temporales, en que deben pernoctar bajo cubierta, y a corto tiempo iniciarse la aventura de su viaje a las Indias.

Llegada la nao o galeón al archipiélago de las Islas Canarias, preferentemente a la isla La Gomera, se hace su aguada y abastece de leña. Les esperan dos meses de larga travesía con extremos de larga calma chicha, desventados o garúas con vientos fuertes que en el Caribe se convierten en furiosos huracanes, que resultan más o menos regulares a partir del segundo semestre  del año. La codicia llevó a embarcar pasajeros en naves desechadas para aquellas largas travesías oceánicas, y cuyos naufragios dieron al traste con los sueños de muchos conquistadores y colonos.

Los ataques de corsarios y piratas era lo más temido. En especial quienes regresan de “hacer las Indias” con el oro que lucen, o mejor, que esconden bajo sus ropas. En caso de este tipo de contingencia, a todos se les asigna un trabajo. Las mujeres y los niños deben acomodarse en las entrecubiertas donde al mismo tiempo ofician los acañones los artilleros. Los hombres deben luchar, o por lo menos regar arena, por cuanto el alquitrán denso que impermeabiliza la madera de la cubierta se torna resbaladizo.

Las condiciones sanitarias eran precarias y para el efecto de retretes y lavado de sus ropas, los pasajeros de tronío empleaban los balcones del castillo de popa, mientras los pasajeros regulares, hombres, mujeres y niños, debían solventarse en los “jardines” a proa, ocasionando una verdadera congestión en la mañana.

En especial, era crítico lo que corresponde a las excretas de los animales grandes. ¿Y a dónde iba a dar todo aquello? Sobre la sentina viajan caballos, vacunos, cerdos, ovejas y cabras. Unos eran para tener leche y carne. Allá mismo se sacrificaban. Otros, eran los de los colonos o para vender. Enjaulados en la cubierta viajaban gallinas, patos, gansos y conejos, completando el cuadro. Pronto daban cuenta de las gallinas pues la humedad las enfermaba y morían. Los otros eran más resistentes para sortear la travesía. Junto con sus animales viajaban ratas, ratones e insectos.

El cocinero y sus ayudantes, son los miembros más apreciados por todos abordo. La cocina, ahora de hierro fundido, merece gran atención debido a la posibilidad de poder generar un incendio: la peor de las tragedias que pudiera darse a bordo. Al efecto, nunca se cocina en tiempos tormentosos. El fuego se alimenta con leña y apenas para mediados del S. XVII se introduce el carbón mineral. En tiempo de zafarrancho de combate la cocina se apaga y se acude exclusivamente a comida seca, como galleta con aceite de oliva o un encurtido, queso y vino.

La cocina se localiza en la primera entrecubierta a proa y era compuesta por un mesón para trabajo, y la estufa y el horno (este como innovación ya por el S. XVII). Se ubican detrás del palo trinquete, en la entrecubierta del combés. La despensa se instala entre el palo trinquete y la proa. Los alimentos se guardan en arcones y toneles para evitar su asalto por las ratas. Hasta la cordelería y lonas de las velas deben ser protegidas. Las segundas se mantienen en toneles con agua.

Como bastimento, en Sevilla o Cádiz, se embarca carne cecina salada, tocino (cerdo ahumado y salado) junto con bacalao y atún en salazón. Jamón y embutidos eran lujo reservado a funcionarios de Alta Vara; la galleta seca suplantaba el pan, y la galleta o bizcocho era una pasta de trigo fermentada y firme con la que se espesaba la sopa; en cuanto a granos: arroz, avena, garbanzo, judías, lenteja y habas. Todo iba bien hasta que lo permitía la aparición y competencia de gusanos y gorgojo en toneles y arcones; algunas nueces y frutos secos como pasas, higos, membrillos, dátiles y orejones; queso, mantequilla, aceite de oliva, melaza, vinagre y ¡agua! El orujo bien aliñado y caliente es bienvenido para alentar los cuerpos en época invernal. El brandy era reserva para el cirujano y el capitán general. El cálculo para agua es de 2-3 litros/día por persona, aceite 1 lt/mes, vinagre 3 lts/mes, y vino 1 lt/día, este sí que no podía faltar.

El agua era tomada directamente de un río y, en el mejor de los casos, de un manantial, y por contener materia orgánica ya a la semana se ponía verde y comenzaba a resultar nauseabunda. Tardarían en aprender a hervirla para liberarla de materia orgánica. Justo aquí comenzaban las enfermedades: pues no gastaban la leña ni conocían de la ventaja de hervirla. Apenas le echaban vinagre y era de imaginar su sabor.

La comida era limitada por el tamaño de la estufa: se cocinaba en grandes calderos y consistía en una sopa o una mazamorra de bizcocho y aderezada con aceite de oliva y ajos. Nada de gazpachos u otras especialidades. Pimienta, comino y otras especias eran de gran lujo. Se le adicionaba carne cecina o tocino. El aguardiente de uva se apuraba para alentar a la tripulación o animarla para el combate.

Como las tripulaciones provenían de tierra no eran afectos al pescado, aducían que “No llenaba la panza”. Si caía un pez pelágico pues iba al caldero y se repartía hasta donde alcanzara.

Para el tornaviaje de las Indias, encontraron de gran utilidad el embarcar cazabe de yuca amarga y maíz seco, a cambio del bizcocho, por resultar menos perecederos. Igual carnes de caza y peces asadas y ahumadas al bucán: las piezas mayores como venado, danto, pecarí, y los menores apreciados como la lapa, ñeque y coatí. El manso manatí era un bocado apetecido por los nativos. Gustó tanto a Colón, que lo llevó como manjar digno a presentar a los reyes.

Había tres opciones de raciones a bordo para la marinería: Salazón de cecina de res, carnero o tocino; bacalao y queso. Cuando se ofrecían granos se acompañaban con arroz. Para mediados del s. XVII el menú semanal se programaba de esta forma más o menos regular: salazón de res o carnero, que podían conservar por dos meses, se servía los días lunes, miércoles y sábado. El queso era un privilegio sabatino; la salazón de cerdo, era más duradera: año y medio, y se servía los días domingo, martes y sábado; y la salazón de bacalao, que la afectaba la humedad del mar, les duraba un mes y medio, se servía los viernes. Entre regulares y enfermos era bienvenido el caldo de ave para reanimar sus cuerpos. Se terminaba con un dulce, queso, bizcocho y vino. Muy tardíamente se enteraron que podían conservar vegetales en aceite de oliva, incluyendo los limones que les aseguraban contra el escorbuto. Esto lo aprendieron de navegantes genoveses.

La marinería hace dos comidas al día. La primera al alba y la segunda al mediar la tarde. La marinería y soldados para cenar disponían de sitios entre los cañones donde se suspendían tablones colgados del techo para compensar los abatimientos del casco. En la noche disponen sus hamacas o coys, conocidos en La Española, colgadas de las vigas o baos del techo sobre los cañones.

Los pasajeros generales y sus familias no tienen derecho a la comida de la nao, reservada a la marinería, y por ello deben llevar sus provisiones suficientes para aquellos dos largos meses de travesía. Basta imaginar cómo se las arreglaban en todo este caos de niños, arcones, líos y jaulas para animales en la cubierta. La oficialidad y pasajeros de relevancia hacían tres comidas, con la cena antes de caer la tarde. Cuando la mesa estaba servida los pajecillos cantaban: “¡Tabla puesta, vianda presta! ¡Quien no dijera amén, que no le den de comer ni de beber! ¡Tabla en la buena hora, y quien no viniera… que no coma!”.

Las distracciones de abordo eran más bien escasas: hacer tertulias en las tardes con narraciones, lecturas, recitaciones y canciones. Hacer apuestas y jugar a las cartas y dados, los pasajeros. Se jugaban sus duros, armas y, en últimas, hasta los calzones. Estaba terminantemente prohibido a la marinería el jugar a las cartas y los dados, por ser motivos de riñas y duelos. Se le calificaba de delito, aunque los de la guardia se hacían los de la vista gorda ante la rutina tediosa de tan larga navegación. Por su parte, los religiosos a bordo distraen con narraciones de vida de santos, catequizan, improvisan coros y levantan oraciones.

Para hacer más llevaderas las rudas rutinas de trabajo a bordo, como cobrar y levar anclas, carpines, o remar, la marinería entonaba salomas de mar de forma acompasada. Pasajeros y algunos marinos distraen con canciones, acompañados de guitarra, flautas, ocarinas, panderetas y la caja sevillana. Los instrumentos fueron de clara herencia árabe; años más tarde, adicionan las fieles armónicas de bolsillo y el acordeón u órgano de mar para acompañar las bien conocidas tonadas marineras a las que llaman habaneras. Eran canciones cargadas de mayor gracia que el fado luso en  su cadencia melancólica y triste que les recuerda la nostalgia por los afectos, aquellos que quedaron lejos, en los puertos y los terruños de sus mayores.

El folclor de las Islas Canarias, la última escala que marca la partida hacia las Indias, deja profunda huella entre nosotros los colombianos. Mucho más que los de las provincias continentales que estuvieron presentes tales como asturianos, gallegos, euskadis, navarros, aragoneses, condales, valencianos, mismos castellanos y hasta andaluces. Ello lo vemos claramente reflejado en el folclore y los atuendos campesinos de hombres y mujeres en lo que corre de los Santanderes al sur del Huila y que ascendió por el río Magdalena y por el Cauca hasta llegar a Nariño.

Luis Benjamín Cediel Guzmán es arquitecto egresado de la Universidad de los Andes. Especialista en Arquitectura Industrial y Petroquímica. Consultor y Planificador Industrial. Actualmente es miembro del Capítulo CIVITAS de UNIANDINOS, y Vicepresidente de Negocios de la Cámara de Comercio Colombo Dominicana. Investigador de Historia Económica y Naval. Es aficionado a la navegación a vela, y practica Tiro con arco, nivel FITA Federado.

 

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