La desaparición de los rituales: Efectos del neoliberalismo 

El neoliberalismo ha hecho que los seres humanos deambulen solitarios por el mundo, con su única preocupación: ¡producir!, aprisa y sin pausa. Obligándolos a dejar atrás los rituales y las cosas que los anclan al mundo. Pronto serán como hojas secas que el viento arrastra sin cesar.  

Dr. Miguel Rujana Quintero
Docente Investigador
Universidad del Sinú Extensión Bogotá.

POR MIGUEL RUJANA QUINTERO

Docente investigador

Universidad del Sinú extensión Bogotá

Los seres humanos han anclado su existencia a los rituales y a las cosas, hacen parte de la extensión del yo. Las canciones, el té y la bohemia, entre muchos otros rituales, han determinado los arraigos y sentimientos que se traducen en símbolos repetitivos de formas de vida humana.

Aquellas cosas y rituales están desapareciendo. Están siendo reemplazados por la cultura de la inmediatez, la hipertransparencia y la hiperproducción1; por la internet de las cosas (IOT)2. Ya no hay tiempo para el ritual funerario, ahora se pasa del quirófano al crematorio; no hay tiempo para el té. Nadie se refugia en aquellas canciones; ya no existe esa bohemia como la de Neruda, que emocionados los poetas leían sus trabajos en París. Romances como María (Jorge Isaac), Romeo y Julieta (W. Shakespeare), ya no inspiran; nadie enferma de amor, es reemplazado por un simple «next». Otrora lazos de amor, fraternidad, amistad, familiaridad y solidaridad, hoy son conexiones de «seguidores» (followers), que expresan: «me gustas» (likes), a través de notificaciones que llegan a los smartphones. El mundo es “transparente”, vive aprisa, sin pausa. Produciendo.

En 2020 la Editorial Herder publicó una de las últimas obras del filósofo de origen coreano, nacionalizado alemán, Byung Chul Han: «La desaparición de los rituales». Tal vez es la obra de este pensador que más se acerca a la descripción de las formas que acarrean el desgaste de la comunidad, las patologías que padece la sociedad, y la desorientación del individuo actual. Asusta mucho ver cómo la sociedad ha caído en un narcisismo colectivo, con pocas posibilidades de recuperación. La obra, que se reseña en este escrito, se apoya en las tesis del autor sobre el neoliberalismo.

Dice Han que los rituales se asientan como significantes que, sin transmitir nada, permiten que una colectividad reconozca en ellos sus señas de identidad. Pero que el afán compulsivo de producción los está haciendo desvanecer, dando lugar a que la vida pierda su estabilidad.

Que los ritos son acciones simbólicas, signos o contraseñas que se enriquecen cada vez que se reconocen (repiten). Transmiten y representan aquellos valores y órdenes que mantienen cohesionada una comunidad. «…Generan una comunidad sin comunicación, mientras que lo que predomina hoy es una comunicación sin comunidad, debido a la sociedad del rendimiento. Por ello el mundo sufre de una fuerte carestía de lo simbólico que no permite ningún reconocimiento, convirtiendo a los sujetos en seres extraños…»3 y transitorios.

Las cosas y los rituales son polos estáticos estabilizadores de la vida, gracias a su mismidad y a su repetición. Los rituales se pueden definir como «técnicas simbólicas de instalación en un hogar, para lo cual se necesita duración, y repetición, que no es lo mismo que rutina. Transforman el estar en el mundo, en un estar en casa. Hacen del mundo un lugar fiable. Son en el tiempo lo que una vivienda es en el espacio. Hacen habitable el tiempo, celebran el tiempo. Y tienen como misión estabilizar la vida humana». Sin embargo, dice Han, al tiempo de hoy le falta ese armazón firme, que se ha perdido por el consumismo patológico que nada detiene. «Por ello ya no es una casa, es un flujo inconstante de objetos intangibles, perecederos, desechables, fugaces. Se precipita sin interrupción, nada le ofrece asidero. Este tiempo no es habitable»4. En él sólo se pernocta. Sin este anclaje somos como hojas secas que el viento arrastra sin cesar.

Kosta, 2013.

Pero la presión neoliberal para producir más, priva intencionalmente a las cosas y los rituales de su perdurabilidad para obligar a consumir compulsivamente lo que el excitante mundo ofrece. Todo. De ese modo se destruye la durabilidad de la vida, por mucho que la vida se prolongue.5 La permanente presión para producir más, de todo, conduce a una pérdida de hogar. Que a causa de ello la vida se vuelve más contingente, más fugaz y más inconstante.

Byung Chul Han describe en su obra las formas en que ha caído el individuo y la colectividad por la pérdida de los rituales, esbozando una genealogía de su desaparición, las patologías del presente y la erosión que ello conlleva para el sujeto. Es interesante ver en la obra todas las situaciones en las que se pierden los rituales; pero por espacio sólo se citan algunas. Por ejemplo: en el rito funerario el auténtico sujeto del duelo es la comunidad que se impone a sí misma esta pena ante la experiencia de la pérdida. Estos sentimientos colectivos consolidan la comunidad. Pero en este tiempo, la creciente atomización de la sociedad afecta también sus sentimientos y cada vez son menos comunitarios. Este rito se hace cada vez más solitario.

El autor trae las experiencias de la sociedad del siglo XVIII, que se caracterizaban por formas rituales de interacción. Dice Han que el espacio público semejaba un escenario, un teatro. Incluso que el cuerpo también lo representaba. Como un maniquí sin alma, sin psicología, al que había que engalanar, adornar, ataviar de signos y símbolos. Allí la peluca enmarcaba el rostro como si fuera un cuadro. La propia moda era teatral. Los hombres se enamoraban realmente de representaciones escénicas. Incluso los peinados de las damas se confeccionaban a modo de escenas. Representaban acontecimientos históricos o sentimientos, pero no estados anímicos, sólo eran teatrales. El propio rostro se convertía en un escenario en el que se representaban diversos caracteres con ayuda de pecas de belleza. Una peca puesta en el rabillo del ojo significaba pasión. Puesta en el labio inferior indicaba que su portadora no se andaba con rodeos.

Que la tragedia de los rituales aparece con la sociedad del siglo XIX, cuando se descubre el trabajo asalariado. Allí se va a desconfiar más del juego, del teatro: se va a trabajar más, que jugar. Es decir, que el mundo es más una fábrica que un teatro, dice Han. Que el individuo ahora se refugia en sí mismo, por lo que la moda ha perdido su ritual teatral.  Ahora se refleja en la moda, cada vez más, el carácter pornográfico. Se enseña más carne que formas.

Byung Chul Han, destaca de los rituales el valor del significante, no tanto del significado, como de manera simple se entiende el lenguaje. Sostiene que los rituales se caracterizan por un exceso de significantes. Lo ilustra con la más típica de las experiencias cotidianas: el té. Señala que en la ceremonia japonesa del té el sujeto se somete a un minucioso proceso de gestos ritualizados; allí no se produce ninguna comunicación. No se transmite nada. Impera un silencio ritual. La comunicación se retira y deja paso a gestos rituales. El alma enmudece. En silencio se intercambian gestos que generan una intensa compañía. La acción benéfica de la ceremonia del té consiste en que su silencio ritual se opone por completo al ruido actual de la comunicación, a la comunicación sin comunidad.

Advierte que el culto narcisista a la autenticidad (o esfuerzo por ser único), vuelve ciegos a los sujetos para recibir la fuerza simbólica de los rituales, que ejercen una influencia no desdeñable sobre los sentimientos y los pensamientos. Por lo cual, propone Han, que sería concebible un giro a lo ritual, en el que las formas volvieran a ser prioritarias. Giro que invertiría la relación entre dentro y fuera, entre espíritu y cuerpo, ya que el cuerpo es el que mueve al espíritu, y no al revés. En eso consiste la fuerza de los rituales. Las formas externas conducen a alteraciones internas. Así es como los gestos rituales de cortesía tienen repercusiones mentales. La bella apariencia engendra un alma bella, y no al revés: Los gestos de cortesía ejercen gran poder sobre los pensamientos, y es un remedio tanto para el mal humor como para los dolores en general si se simula amabilidad, benevolencia y alegría: los movimientos necesarios para ello (reverencias y sonrisas) tienen de bueno que hacen imposibles los movimientos opuestos de cólera, desconfianza y tristeza. Por eso gustan los eventos sociales: dan ocasión de simular felicidad. Y esta comedia nos salva sin duda de la tragedia, lo cual no es poco.6

Describe con sencillez las patologías del nuevo sujeto del rendimiento. Que es un ser narcisista atrapado en sí mismo, en su intrincada interioridad por su pobreza de mundo. Por eso cae en depresiones, patología que lleva al narcisismo colectivo. Por ello lo lúdico desaparece de la cultura. La vida pierde cada vez más alborozo y desenfado. La cultura se aleja de aquella esfera sagrada del juego. La presión para trabajar y para rendir radicaliza la profanación de la vida. Los rituales y las ceremonias son actos genuinamente humanos que hacen que la vida resulte festiva y mágica. Su desaparición degrada y profana la vida reduciéndose a mera supervivencia.

No escapa a su reflexión lo que hoy se está produciendo de forma silenciosa: un nuevo cambio de paradigma en las formas (rituales) de adquirir el saber, las emociones y los sentimientos. Observa Byung Chul Han, que el giro antropológico copernicano, que había elevado al hombre a productor autónomo del saber, es reemplazado por un giro dataísta. El hombre debe regirse por datos. Abdica como productor de saber y entrega su soberanía a los datos. El dataísmo pone fin al idealismo y al humanismo de la Ilustración.7 El hombre ha dejado de ser sujeto cognoscente soberano, autor del saber. Ahora el saber es producido maquinalmente. La producción de saber impulsada por datos se hace sin sujeto humano ni conciencia. Enormes cantidades de datos reemplazan al hombre de su puesto central como productor de saber. Él mismo se ha atrofiado reduciéndose a un conjunto de datos, a una magnitud calculable y manejable. Para qué memoria, para qué historia.

Que el cambio de paradigma elimina también emociones y sentimientos rituales: la seducción del erotismo, por ejemplo. En el Diario de un seductor, de Kierkegaard, el sexo está totalmente ausente. La seducción se las podía arreglar sin sexo. El acto sexual, del que ni siquiera se habla expresamente, tiene allí una función subordinada en la dramaturgia de la seducción. La seducción es un juego. Pertenece al orden de lo ritual. El sexo, por el contrario, es una función natural. La seducción está estructurada como un combate singular ritual. Todo se desarrolla en un orden casi litúrgico del desafío y del duelo.8 Pero ya no hay tiempo.

La pornografía acaba sentenciando el final de la seducción, dice Han. De ella se ha erradicado por completo al otro. El placer pornográfico es narcisista. Surge del consumo inmediato del objeto que se ofrece sin velos. Igual que se hace con el sexo, hoy se desnuda incluso el alma. La pérdida de toda capacidad de crear ilusiones y apariencias, de representarnos en el teatro, en el juego, la fiesta y el espectáculo, es hoy el triunfo de la pornografía.

La presión para producir y para aportar rendimiento como impone el neoliberalismo, alcanza hoy todos los ámbitos vitales, incluso la sexualidad. Dice que «Pro-ducir» significa originalmente poner delante, exhibir y hacer visible, como lo hace el sexo y la pornografía. En la pornografía actual no se deja de mostrar ni siquiera la eyaculación: también se «produce», se exhibe. Cuanto más abundante salga el producto, más capaz de rendir será su productor. Este se exhibe y se da tono ante la mirada de su pareja, que pasa a ser coproductora del proceso pornográfico. El principio de rendimiento afecta también al sexo, reduce el cuerpo a una función genital, maquinal.

El neoliberalismo convierte a los sujetos en empresarios que producen, no lo que ellos quieran, sino lo que el mercado exige. Sistema de dominación que, en lugar de emplear el poder opresor, utiliza un poder seductor, inteligente (smart), que consigue que los seres humanos se sometan por sí mismos al entramado de dominación y producción. El sujeto se cree libre, cuando en realidad es el sistema el que está explotando su libertad. Modelo económico que no se aviene con ninguna ética, sus únicos valores son el rendimiento y la hiperproducción de mercancías, que es todo. En este rendimiento no hay cabida para los rituales, hay que dejarlos atrás, también la historia y hasta la memoria. Ya no se necesitan. La inteligencia artificial, el Big Data, el Big Brother digital y la IOT, se ocupan.

___________

1 Son conceptos esenciales utilizados en la obra completa de Byung – Chul Han. 

2 IOT son las siglas en inglés para hacer referencia al término “Internet Of Things”, lo que traduce “La internet de las cosas”. Este es un sistema de comunicación digital, en el que se conectan los objetos físicos cotidianos a Internet y estos son capaces de identificarse a sí mismos frente a otros dispositivos. Son los nuevos espacios a través de los cuales los sujetos no solamente consumen los objetos allí disponibles sino que otorgan la posibilidad para que este cree los suyos; produciendo así una densa red de vínculos e implicaciones posibles entre los objetos del uno y de los otros, dando lugar a los nuevos saberes y también a los nuevos anclajes en los que se ha de arraigar la vida moderna.

3 Han, B.C.(2020). La desaparición de los rituales.

4 Ibidem. / 5 Ibidem.

6 Alain, Die Pflitch, glücklich zu sein, Frankfurt del Meno, Suhrkamp, 1982, p. 45; cit. por: R. Pfaller, Die Illusionen der anderen. Über das Lustprinzip in der Kultur, Frankfurt del Meno, Suhrkamp, 2002, p.261.

7 I.Kant, Crítica de la razón pura, Madrid, Alfaguara, 1998, p.20.

8 J. Baudrillard, De la seducción, op.cit.,p.108. 

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