¿CULTURA Y EDUCACIÓN VAN DE LA MANO?
Dos conceptos tan amplios y tan ambiguos como se quiera. Tanto que no ha sido fácil entenderlos en su profundidad absoluta.
POR HERNÁN ACERO SUÁREZ
Cultivar el intelecto a través del conocimiento, o alimentarlo con el conjunto de creencias, costumbres y tradiciones de los pueblos. Los académicos e intelectuales lo llevan a niveles de elite, esgrimiendo palabras rimbombantes. Otros, como los sociólogos, definen la cultura como algo mucho más decantado. Ese algo que abraza comunidades, pueblos y sociedades en un conjunto de posibilidades semánticas.
El conocimiento avanza a medida que se compenetra con el poder adquirir todo saber. El poder como condición del querer saber. El querer aprender. Aquí, es el aprendizaje de cada individuo el que determina su edificación como persona. Esto, por un lado. Y por el otro, las organizaciones; aquellas que coordinan y dirigen la percepción de la cultura como mecanismo de expresión en las artes o en las ciencias; haciéndose necesarias para establecer la relación entre ellas.
Cultura y Educación. Quien tiene educación, es culto. Se dice. ¿Pero prima esta aseveración cuando alguien que lee y escribe, trasgrede las normas simples de los modales, del respeto a sí mismo y, por ende, hacia los demás? Originalmente la cultura pudo ser entendida como un conjunto de normas y acondicionamientos para marcar el comportamiento y aprendizaje durante la socialización del niño, fijando las pautas de conducta en el adulto. El proceso como tal, llevaba a recalcar sobre las costumbres en la familia y en la sociedad para fijar dichas conductas. Es decir, la cultura era vista como un determinante del comportamiento.
Sin embargo, hoy tendríamos que desglosar minuciosamente todo el concepto. No es solo un acto, es también dilucidar el conocimiento en los saberes. Conocimiento y Cultura. Cultura y Educación. Educación y buenos modales. Modales y el buen hablar. El buen hablar y la cortesía. Reuniendo estos elementos, percibimos a un individuo culto.
Volvamos. El conocimiento avanza cuando logramos discernir. El discernimiento como herramienta que empodera a la inteligencia con el mero acto de vivir. En este instante nos detenemos para preguntarnos entonces, ¿Es necesaria la cultura? Vaya… si el asunto nos pone a pensar. Vista desde la orilla del ejercicio del conocimiento que alimenta la consciencia cosmogónica de nosotros mismos, el no tenerla nos llevaría a tan solo vivir bajo el manto del instinto. Pero vista desde el arraigo de las costumbres y de las artes y no conservarlas y nutrirlas, también nos dejaría en el abandono.
La sola palabra, cultura, es de por sí trascendente y ambigua. Puede alcanzar dimensiones insospechadas o simplemente limitarse al hecho de crear un malestar para evadirla en su comprensión. No solo es entenderla desde Vivaldi que se proyecta en nuestros tiempos en Max Richter. O en Sócrates, y ahora en Harari. O desde Virgilio hasta Piedad Bonnet. O desde el ballet o el baile tribal, hasta recrearnos en la danza contemporánea. Es también vivenciarla en todos sus matices y en todos sus aspectos comportamentales.
Esa percepción, tomada desde el individuo en cualquiera de sus estadios, va a contribuir notablemente en los comportamientos sociales, sumado también a lo que hemos dado por llamar ‘Cultura Ciudadana’. Esto mismo se refleja en su propio ánimo: en la salud de la ciudad. Cada persona contribuye en su andar por la calle con la tranquilidad y la cortesía —como lo anoté arriba— ofreciéndola a los demás, para hacer vivible el aire que respiramos en cada acto citadino. Igualmente, como una forma de control hacia los impulsos e instintos agresivos que nos identifican en ciudades caóticas, que son la consecuencia de nuestras propias acciones.
Entonces, ¿cómo apaciguar ese ánimo violento, si apenas nos conocemos a nosotros mismos? ¿Cultura y Educación van de la mano? ¿El poseerlas, son el paliativo para controlar dichas emociones negativas enfermas? Yo diría que sí. De cualquier modo, son dos elementos que nos ayudarán a ejercer ese control para no desbordarnos en la transgresión al otro. Exclamamos, cuando observamos una acción vandálica: “¡Cuánto nos falta!… ¡Cuánto nos falta!” Y es verdad. Apelamos inmediatamente al razonamiento para concluir que nos falta educación. Que nos falta cultura. Y que para suplirlas nos falta también intervención de políticas de Estado, que sean determinantes. Políticas públicas que alcancen a cubrir a sectores de la población que carecen de la oportunidad para educarse.
Es fundamental que esa oportunidad de estudio en las aulas, esté soportada por oportunidades de empleo y de trabajo. Cosa que ya sabemos, pero que en la práctica no se aplica. Entonces… ¿cómo aplicarlas para que sean efectivas? Sabemos que si la sociedad tiene cubiertas sus necesidades básicas, no tendría que delinquir. Pero aquí aparece otra pregunta: ¿Y la corrupción? Entonces en ese aspecto… ¿La cultura y la educación son suficientes? Diríamos que sí. Puesto que los actores tendrían el conocimiento de las leyes que nos rigen en el plano primordial para no transgredirlas. No nos referimos a las leyes humanas, que comúnmente son acomodadas por los transgresores para hacer la trampa. Son las leyes primordiales, las que desconocemos y que al entenderlas, de seguro que nuestra actitud sería muy diferente. Y sí. La cultura y la educación nos darían ese conocimiento para ser mejores individuos dentro de la sociedad a la que pertenecemos.
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