No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy
¿Por qué procrastinamos? Este fenómeno ha acompañado a la humanidad desde el origen de los tiempos. Algunos autores lo plantean como “una forma disfuncional de retraso”. Veamos cómo aprender a manejarlo.
POR NATALIA ROSALEM GUZMÁN
Psicóloga Fundación Universitaria Konrad Lorenz
Víctor debe entregar un trabajo para la universidad. Tiene un plazo de 15 días. La primera semana decide encargarse de otras tareas. Faltando 6 días, asigna un tiempo para salir a pasear con sus amigos porque necesita relajarse y desconectarse para luego dedicarse de lleno a la entrega final. Cuando faltan 3 días, se da cuenta de que aún no ha avanzado en el proyecto por lo que da una hojeada a los puntos que debe tratar, sin embargo, está muy cansado para iniciar en ese momento. Ya le quedan 2 días de plazo y decide dedicar todo el tiempo posible al trabajo, pero se percata de que la silla de su escritorio no está tan cómoda como quisiera, así que busca unos cuantos cojines para acomodarse. Más tarde nota que va a necesitar bastante café para lograr estar alerta mientras hace su labor y, además, observa que no tiene comida suficiente para permanecer horas frente al computador. Decide abastecerse y va al supermercado por alimentos para pasar la jornada. De regreso a casa, recuerda que no tiene los materiales necesarios para –por fin– iniciar el proyecto… y así, cada vez surgen pretextos que se vuelven eternos, los cuales lo llevan a seguir aplazando sus obligaciones.
La situación anterior describe una escena que perfectamente cualquiera de nosotros ha vivido, al menos, una vez en su vida. ¿Será un asunto relacionado con pereza o dejadez? o quizás ¿existe alguna explicación conductual o motivacional que permita entenderlo?
Algunos autores plantean la procrastinación como “una forma disfuncional de retraso”. Pero, sin duda, la principal característica que diferencia la procrastinación de un retraso cotidiano de las actividades es que la demora dentro de la procrastinación es completamente irracional e innecesaria y se hace presente a pesar de sus posibles consecuencias negativas, esto quiere decir que aunque sabemos que nos va a afectar académica, laboral o personalmente, seguimos haciéndolo.
En los estudios que se han realizado sobre el tema, no se detecta ninguna correlación entre inteligencia y procrastinación. Entonces, si el hecho de ser procrastinador no tiene que ver con factores intelectuales, ¿a qué se debe?
Como muchas de las situaciones argumentadas por la psicología, no existe una explicación única que defina el término “procrastinar”. La complejidad del estudio del comportamiento humano trae consigo múltiples enfoques y puntos de vista que pretenden comprenderlo. Esto implica que no estamos ante una ciencia natural exacta. Sin embargo, haremos un recorrido corto sobre algunas teorías psicológicas que procuran aproximarse al fenómeno:
- Perspectiva motivacional: Dentro de esta visión se concibe a la procrastinación como una falla motivacional que incide en la existencia de una brecha entre la intención y la acción. Según esta teoría, las personas intrínsecamente motivadas y con niveles altos de autorregulación y autocontrol tienden a no posponer las tareas. Por el contrario, aquellas que no están dispuestas a enfrentar estados de ánimo negativos (aburrimiento, ansiedad, frustración, inseguridad) generados por las tareas, caerán en el círculo vicioso de la procrastinación.
- Perspectiva clínica: Esta teoría se centra principalmente en las consecuencias negativas de este comportamiento. Sus estudios relacionan la procrastinación con la depresión, la ansiedad o el estrés.
- Perspectiva situacional: A diferencia de las perspectivas anteriores que enfocan la atención en el sujeto, esta tiene que ver con el contexto y cómo las actitudes procrastinadoras se relacionan con las situaciones externas, por ejemplo, cuando una tarea es difícil y poco atractiva.
Todas las teorías propuestas finalmente llevan a un punto común: Procrastinar nos hace daño. Si bien momentáneamente genera cierto alivio el hecho de no enfrentarse a la labor de la que se está huyendo, finalmente desencadenará no solo en la deficiente productividad, sino que también, física y mentalmente hablando, puede convertirse en estrés crónico, baja satisfacción con la vida, ansiedad generalizada e incluso enfermedades crónicas. La razón: Son tareas que eventualmente se deben ejecutar, así que aplazarlas solo posterga y acumula el malestar para después.
¿Qué hacer al respecto?
- Planificar tiempos de estudio o trabajo y tiempos de ocio: Llevar un planeador o agenda es siempre una buena estrategia para distribuir el tiempo correctamente. De esta forma se podrá tener mayor claridad de los espacios disponibles para el ocio o el entretenimiento y delimitar aquellos que son irremplazables.
- Iniciar por las pequeñas tareas: Si, por ejemplo, se debe entregar un escrito de 10 páginas, una buena idea para realizarlo es comprometerse consigo mismo a realizar al menos una página diaria, o en un máximo de 2 horas haber completado dos párrafos. Recuerda que pequeñas acciones conformarán posteriormente un producto terminado.
- Alejarse de los distractores: Autoimponerse dificultades a la hora de acceder al celular es una buena estrategia. Existen algunas aplicaciones que permiten programar bloqueos en el celular a ciertas horas para no acceder, por ejemplo, a redes sociales.
- Darse cuenta de que es una amenaza: Realizar un proceso de introspección y autoobservación para identificar las situaciones ante las que más se tienden a aplazar los compromisos y, finalmente, ser consciente de que el único afectado con la postergación de estas labores es uno mismo, por lo tanto, solo yo puedo exigirme y trabajar en ello así como proponer opciones de mejora.
- Asociar sensación placentera con una tarea que quizás no es muy agradable: Si te gusta escuchar música mientras haces tus labores pero usualmente llega a distraerte, puedes optar por un ritmo más calmado como música clásica. También se pueden asociar sabores, por ejemplo, si sabes que tienes que dedicarle 3 horas a algo que no es de tu total agrado, puedes comprar el dulce o postre que más te gusta para disminuir el malestar que genera esa actividad.
Entonces, como dice mi abuela: “Haga las cosas ya, el mañana no existe”.
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