EL JUEGO DEL CALAMAR: LOS HORRORES DEL NEOLIBERALISMO
Esta reciente serie de Netflix se estrenó el 17 septiembre de 2021 y ha sido vista de principio a fin, en esta plataforma, por más de 130 millones de personas en todo el mundo, incluyendo la audiencia local. Si no la ha visto, sepa que este texto contiene spoilers.
POR MIGUEL RUJANA QUINTERO
Director de Investigaciones de Unisinú Bogotá.
Gracias a la globalización y a la digitalización ha sido posible que millones de personas en todo el mundo hayan visto esta serie coreana, no solo porque muchos se ven en ella retratados sino porque consideran algunos que son víctimas del neoliberalismo.
La serie comienza mostrando la vida de algunos personajes: los sumidos en la ruina financiera y casi estrangulados por sus acreedores, los de pobreza extrema; los migrantes y fugitivos, y los delincuentes de alta peligrosidad perseguidos a muerte por sus propios jefes. Estos personajes se encuentran en permanente angustia y al límite de perecer. No obstante, están siendo observados por agentes de otro tipo de organización criminal que los acechan y reclutan para que participen en una cadena de juegos que cambiará y salvará sus vidas con inmensas y alucinantes sumas de dinero. La motivación para entrar al desafío es conservar la vida y obtener este dinero con el que podrán resolver todos sus problemas para siempre. Para ello deben someterse a las reglas de ganar o perder: la vida y el dinero si superan las partidas, o la muerte si pierden los retos. Bajo esta implacable y sangrienta tensión transcurre la trama.
Como en los videojuegos tipo Battle Royale o películas como los Juegos del Hambre, también en El Juego del Calamar, solo uno puede quedar con vida. Para ello los participantes se enfrentan a sádicas pruebas mortales basadas en juegos infantiles. Cuando la historia comienza muchos son los jugadores que tras el primer reto (luz roja, luz verde), perecen a sangre y fuego (el 50% de los 456 concursantes). Aterrorizados, los restantes deciden por mayoría absoluta abandonar las competencias, se lo permiten las reglas por una sola vez. Sin embargo, es paradójico que los que deciden retirarse, regresan para continuar en los juegos, a pesar que en su casa gozan de la ilusión de estar en libertad (esto es con la vida a salvo). Lo que los hace regresar es que, estando en la supuesta libertad, sienten la presión, el miedo y el terror de un mundo que los acosa y los vuelve a su estado de agonía. Por tanto, El Juego del Calamar se convierte así en su única y última salvación. Por eso regresan, para ganar 45.600 millones de wones, un poco más de 38 millones de dólares. Y salvar la vida.
Es plausible que el director y guionista estén haciendo una crítica a algunas sociedades contemporáneas. De ahí que esta trama refleje lo mismo que padecen grandes sectores sociales víctimas del neoliberalismo: multitudes endeudadas hasta la vida, arruinados, terroristas y desadaptados sociales; inmigrantes perseguidos y muriendo en el cementerio del Mediterráneo. Y para completar el círculo, del otro lado está el industrial-financiero o especulador, los jefes del crimen, que primero los alienan, enseguida los endeudan más allá de los límites, luego los despojan de todos sus bienes, y los lanzan a la calle. Ya desposeídos, los victimarios los persiguen para que paguen con sus vidas tantas deudas acumuladas. Allí es cuando aparece El Juego del Calamar o la decisión de morir por una ilusión. En forma semejante, en la vida real, surge el suicidio para alcanzar paz interior; los ejércitos de terroristas, de mercenarios, narcotraficantes, y toda clase de industrias criminales que pululan por el mundo reclutando seres desesperanzados.
Para lograr vencer en las pruebas los participantes hacen todo lo posible por sobrevivir. Inclusive traicionando y hasta dando muerte a los suyos, sean hermanos, esposos, amigos o enemigos, poniendo así a prueba todos los sistemas morales. Elemento esencial como elocuente, y altamente controversial de esta producción, lo que la hace bien distinta de esta clase de tramas. Se evidencia llegando al sexto capítulo donde los concursantes que quedan en pie ya han superado tres juegos, mientras que la criba ha dejado cientos de muertos en el camino, que la serie muestra con horror sacrificial y pánico abrasador. Al mismo tiempo la codicia por el dinero se aviva lo que les permite mantenerse de pie, solo a algunos. Igual que en la vida real. Aquí se disputa y se elimina al otro por selección natural. Todos quieren quedarse con el botín. Consideran que la vida no tiene valor, no conocen de valores, menos éticos; que la existencia solo es posible si se cotiza a través de cantidades de dinero.
El desarrollo de la prueba de las canicas, la más dramática de todas, contrasta con las anteriores, más físicas y sangrientas, propiciando un alud de reflexión ética, en la que la serie encuentra otra manera de impactarnos más allá de la violencia. Este elemento moral se evidencia mediante las conversaciones que se desarrollan entre los concursantes. En esta oportunidad se decantan dos elementos opuestos en el juego: la codicia y el sacrificio, dos maneras de aproximarse a la competición que separan moralmente a los participantes y nos indican quiénes (a priori) son mejores o peores personas. Pero claro, nada es tan simple en esta historia, donde casi nadie es enteramente ético o corrupto y casi todos, al final, son víctimas del sistema.
Esta historia es una feroz crítica al neoliberalismo y a las diferencias de clase. Su sexto episodio sirve para subrayar ideales y valores opuestos. La codicia de Sang-woo (el financiero) resulta en la muerte de una de las personas más inocentes y moralmente rectas de la serie, Alí (un musulmán indio), reflejando así la realidad social de un mundo injusto en el que no hace falta jugar limpio para ganar, donde el empresario se aprovecha del inmigrante o de cualquier ingenuo y humilde, y se deshace de él cuando se interpone en su camino. En el polo opuesto, el sacrificio de Ji-yeong por Sae-byeok simboliza la solidaridad entre miembros jóvenes de la misma generación, víctimas del sistema corrupto e injusto, y también del patriarcado.
Al final de la serie se devela que uno de los participantes, el único anciano, no fue ejecutado tras la prueba, pues es el hombre detrás del juego. Su aparición muestra a otros personajes que son los antagonistas de los jugadores cuyo único interés es la diversión a costa del sufrimiento, la angustia y la agonía de aquellos que inevitablemente perecen. Y este anciano no está solo, lo acompañan los llamados VIPs, un grupo de hombres extranjeros de gran poder que observan el juego desde una sala de lujo y hacen apuestas con las vidas de los concursantes, simbolizando la idea de los ricos viendo sufrir a los estratos socioeconómicos más bajos, como espectadores, en lugar de intervenir y ayudar a los más necesitados, desamparados ante un sistema que sigue favoreciendo a los favorecidos.
También hay quienes ven en este drama una crítica a la situación que atraviesa Corea del Sur, y a las desigualdades que viven muchas sociedades asiáticas y del tercer mundo, sometidas por estos flagelos a una vida en la que el bienestar no existe. Resumiendo algunos datos, la deuda de los hogares en Corea, donde se graba la serie, ha aumentado en los últimos años hasta superar el 100% de su PIB, el más alto de Asia. El 20% de los que más ganan en Corea del Sur tiene un patrimonio neto 166 veces mayor que el del 20% con menores ingresos, una disparidad que se ha incrementado en un 50% desde 2017.
Sin el componente ético la serie de Netflix habría sido otra trama de violencia y efectos especiales sin mayor trascendencia, solo para matar el tiempo. Pero gracias a los factores morales y a sus momentos de humanidad nos damos cuenta que detrás de la sangre, las muertes violentas y los giros impactantes, hay historias humanas que nos dicen que El Juego del Calamar es mucho más que eso. Es pensar en el desamparo que se vive por el neoliberalismo, que ha hecho de muchos seres humanos los «emprendedores» de su propia vida y destino, por no decir tragedia. Amos y esclavos al mismo tiempo de sus emprendimientos. Y por esta desgracia, responsables de su propia desventura de la que no saben absolutamente nada, ni entienden, pero que son los principales protagonistas. Esta figura del amo y el esclavo los condena a asumir la responsabilidad de su crisis y vivir eternamente con la culpa de su propio fracaso, de ser desafortunados e incapaces de «triunfar». Al mismo tiempo los convence de que el sistema nada tiene que ver con su suerte que, por el contrario, es su benefactor, su promotor. De esta fórmula diabólica a El Juego del Calamar, no hay ni siquiera un paso, los jugadores están listos para vivir o morir.
Pensar desde el neoliberalismo es ver a aquellos seres humanos dispuestos a jugar, “a partir del imperativo paradójico: sé «libre”, donde domina la economía de la supervivencia en la que cada uno es su propio empresario, por el infierno de lo igual. Por ello hoy se ha llegado a la sociedad de la depresión y el cansancio, compuesta por sujetos aislados, que deambulan como héroes de sí mismos”. A los que solo les queda el heroísmo de morir para su salvación.
Una convicción aristotélica fundamental y reiterada sostiene que: «en todo hombre el deseo de vivir es ilimitado, y, por eso, aun cuando la existencia lo golpea de mil modos, se apega a la vida como si hasta en la existencia sufriente y miserable hubiese algo de dulce». Sin embargo, situaciones crueles como las de los participantes del Juego del Calamar desafían la premisa del estagirita. Dan lugar al desapego, a perder el «dulce» de la vida, propiciando hasta el deseo de morir.
Los únicos seres capaces de reconsiderar este fenómeno natural de aferrarse a la vida, como sostiene Aristóteles, son aquellos que se encuentran en permanente desafío a la muerte. «Pues ya saben que si no arriesgan la vida siguen llevando una existencia meramente animal y atrapada en la naturaleza de su tragedia». Su camino hacia el “final inevitable” es, primero, encontrar que se perdió el sentido de la vida, enseguida se hacen conscientes de la muerte, se reconcilian con ella. Empiezan a verla de soslayo, la acarician, la alejan por momentos; vuelven a ella con la sensación de salvación y descanso, con extraña alegría que se dibuja en su rostro sufriente, agotado de soportar la agonía, la tragedia y la dificultad de vivir. «Ahora tienen la capacidad de morir, de hacerse dignos de ese final inevitable». Son los marginados, arruinados, fugitivos y perseguidos, los que ya están listos para El Juego del Calamar, pues no tienen nada que perder, excepto su agonía y su miserable y despreciable supervivencia.
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