La pregunta por la ética hacia los muertos
Son muchos y muy graves los males que ha causado la pandemia en el mundo. En la cultura el daño no ha sido menor: la tradición de siglos de honrar a los muertos está siendo envilecida. Los cadáveres son arrancados del seno de sus familias, de sus esposas, de sus hijos, sin consideración ni misericordia; convertidos en cosas pestilentes para ser eliminadas en fogones industriales que borran todo rastro de existencia. Pues, ¡es tal el pavor a la amenaza del contagio que ya poco o nada importa la memoria del difunto! Los muertos se están convirtiendo en seres sin historia; ya no hay féretros, túmulos ni piras funerarias para llorar su partida y honrar su memoria con discursos de dolor. Hoy, esas tradiciones se han tenido que “superar”. La pandemia ha creado una nueva cultura, la de honrar a los muertos sin sus cuerpos, sin ritos sagrados, sin oraciones y sin invocaciones a sus dioses para la salvación de sus almas. Ahora se llora el infortunado equívoco de su deceso; se padece la promesa de venganza abstracta para que el alma ofendida del difunto pueda descansar en paz.
Por MIGUEL RUJANA QUINTERO
Docente Investigador de la Universidad del Sinú Extensión Bogotá
Esta nueva cultura sin compasión también es acogida en Colombia. El Ministerio de Salud en el documento Orientaciones para el manejo, traslado y disposición final de cadáveres por covid-19, dispuso que los cuerpos de personas fallecidas o que se sospeche que su deceso obedece a esta misma causa, se hará preferiblemente por cremación, excepto en aquellos territorios donde no se cuente con esta tecnología. Hasta el 7 de junio de 2020 el Ministerio de Salud registra 1259 muertes por covid-19 en todo el país. La cifra crece cada día y con ella, las denuncias de personas que dicen que sus familiares fueron diagnosticados como fallecidos por coronavirus, aun cuando aseguran que sus decesos obedecen a otras causas.
Es el caso de un menor al que los rumores lo hicieron pasar por paciente de covid-19 y lo cremaron, cuando llegó al centro asistencial por un dolor en el brazo izquierdo. Los documentos iniciales entregados por el hospital afirman que la muerte del menor se debió a una falla cardíaca; sin embargo, por el ambiente de pánico y sospecha que existe en todos los centros de salud, el cadáver fue enviado a la funeraria supuestamente por haber padecido el virus, e inmediatamente fue cremado. Debido a la angustia, dolor y desesperación de sus padres, los hechos llegaron a los medios de comunicación por lo que el hospital se vio obligado a entregar un certificado que establecía que el deceso no era por covid-19. Pero ya era demasiado tarde, pues cuando sus padres fueron a reclamar el cuerpo se les informó que la funeraria ya había realizado la cremación[1]. En ese momento, la familia, especialmente la madre, entró en pánico, dolor e inconsolable desesperación. Dolor que comparten todas las familias colombianas y seguramente de otros lugares que padecen esta lógica de la muerte: paciente que siquiera se sospeche que es portador del virus, debe ser incinerado.
Sería de gran alivio para las víctimas y para disipar la incertidumbre que ha generado en la población la nueva forma de despedir para siempre a los seres queridos, que el Ministerio de Salud elimine el criterio de sospecha dentro del documento de Orientaciones para el manejo, traslado y disposición final de cadáveres con covid-19. Y, en su lugar, se incluya la obligación de todos los hospitales de contar con un equipo de profesionales en el campo del trabajo social, de la psicología de familia o de grupos, que ayuden a sobrellevar el duelo integralmente, que contribuyan en la transformación del trauma que padecen los dolientes por la pérdida. Así, se espera que no vuelvan a sorprender a las familias hechos lamentables con preguntas y respuestas que destrozan su corazón, como: ¿dónde está el cuerpo de mi ser querido? ¡Ya están depositadas sus cenizas en una urna!
La cultura de honrar a los muertos no es de ayer, es de siempre. En la Ilíada de Homero, de dónde vienen nuestros orígenes y tradiciones occidentales, se canta, en los versos, los valores y el significado de las honras fúnebres en cada uno de los seres dolientes: padres por sus hijos, hijos por sus padres, hermanos por hermanos, esposas por sus cónyuges, amigos por amigos. Se puede ver la complejidad de estos sentimientos cruzados que nos han enseñado hasta hoy a respetar los muertos y a vivir la ética por los muertos, en pasajes memorables como el de Aquiles al honrar la muerte de Patroclo, y en Príamo al honrar la de su hijo Héctor. En alguna parte del canto, el rey Príamo gritaba enloquecido por la muerte de Héctor, su hijo más querido, a manos de Aquiles: “si es mi destino que yo muera (…), pues bien, entonces moriré: pero no sin antes haber abrazado a mi hijo y haber llorado mi dolor sobre él”. El viejo rey entró en la tienda del glorioso héroe, “cayó a sus pies y se abrazó a sus rodillas en señal de suplicante (…). Le cogió las manos aquellas terribles que a tantos de sus hijos había matado, se las llevó a los labios y las besó”. Le dice el rey caído “he venido hasta aquí para llevarme el cuerpo inerte de mi hijo a casa a cambio de espléndidos presentes. Ten piedad de mí, Aquiles (…), que, único entre todos los padres no me he avergonzado de besar la mano que ha matado a mi hijo. Los ojos de Aquiles se llenaron de lágrimas, los dos hombres lloraban, acordándose del padre, del muchacho amado, del hijo. Príamo le dijo que solo quería ver el cuerpo de su hijo, con sus propios ojos, que era lo único que quería”. “Preparado el cuerpo, Aquiles lo cogió en sus brazos, lo levantó en vilo y lo depositó sobre el lecho fúnebre del carruaje”. Príamo partió a casa y allí todos querían acariciar la hermosura cabeza del muerto, llorando y elevando sordas lamentaciones. Cogieron a Héctor y lo depositaron sobre un lecho taraceado. A su alrededor se fue elevando un canto fúnebre. Y las mujeres, una a una, fueron junto a él, y sujetando la cabeza entre sus manos le fueron diciendo adiós. Andrómaca en primer lugar, porque era su esposa. “Héctor, tú mueres joven y me dejas viuda en nuestra casa, con un niño pequeño que nunca se hará mayor” (Baricco, 2005). Al día siguiente prepararon su cuerpo y colocaron las monedas (óbolos) en sus ojos para el barquero. Levantaron la pira en su honor hasta consumir su cuerpo y la extinguieron con el cálido vino de olor embriagador. Los blancos huesos que quedaron los custodiaron en una urna de oro, envuelta en una tela de color púrpura para que repose en la profundidad de la tierra donde nadie podrá volver a molestarlo. Consumados los ritos, la catarsis vino al padre convencido que Caronte llevará su alma por el río Leteo o Aqueronte (o del olvido), rumbo al palacio de Hades (espacio de los muertos), donde descansará eternamente su alma, antes errabunda del difunto.
La Biblia cuenta las más sentidas honras fúnebres, la del rey Ezequías y la de Jesús, entre otros. De Jesucristo narra como José de Arimatea logró un acuerdo con los romanos para descender el cuerpo crucificado y llevarlo a su Santo Sepulcro. En el texto se lee: “lo tomaron y lo envolvieron con las vendas con especias, ungido con ritos y aceites, así como tienen costumbre los judíos de preparar para el entierro” (Juan 19. 40). Honras fúnebres que dignificaron los restos de Jesús al evitar que fueran presa de buitres y aves de carroña como se acostumbraba a castigar a los condenados. Preservar su cuerpo permitió que junto con su alma pudieran ascender al cielo dando origen a la fe cristiana que hoy gobierna la espiritualidad de esa vasta confesión, y a la más arraigada tradición y cultura de honrar a los muertos, como la experiencia de Jesús enseñó. Si el cuerpo de Jesús hubiera desaparecido no hubiéramos tenido su religión ni su fe.
Y no hay ética posible si no se tiene en cuenta a los muertos, pues estos son la base del porvenir. ¡Como trates a los muertos igual te tratarán! La ética no comienza con los vivos, comienza con los muertos; cuando aceptamos lo debido a los muertos: una tumba y una estela funeraria como símbolo de lo que fue, de lo que significa. Es decir, que nadie muera NN; que la memoria y su historia puedan ser exaltadas como reconocimiento a la dignidad humana, cualquiera que sea su condición. ¡Porque la muerte no es lo opuesto a la vida, es el fundamento de la vida! Ningún fenómeno ni decisión institucional debe tener la fuerza para desprender de los pueblos una tradición de siglos arraigada de generación en generación: las honras fúnebres de sus seres queridos.
Sin duda, el ente estatal está haciendo daño y causando traumas en las familias, innecesariamente.
[1] Fuente: Revista Semana, edición digital del 05 de mayo de 2020, visible en https://www.semana.com/nacion/articulo/coronavirus-como-es-posible-que-hayan-entregado-solo-las-cenizas/675189
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