UNA FE QUE CURA ENFERMEDADES

El sufrimiento es la consecuencia de vivir en un planeta roto en el cual nada funciona a la perfección porque somos humanos y cometemos errores.

POR PASTOR RICK WARREN / FOTO PIXABAY

Mateo 4:23. “Y recorrió Jesús toda la región, enseñando, predicando y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo”. Jesús era maestro, predicador, y sanador. No solo sanaba almas, también le importaba sanar mentes y cuerpos, Él era un sanador y nosotros debemos hacer lo mismo porque su Santo Espíritu habita en cada uno de nosotros.

A lo largo de la historia se han presentado puntos de vista erróneos acerca de la sanidad. Cualquier sanidad proviene de nuestro creador. Él puede usar a los médicos, la medicina, un milagro, o cualquier otro instrumento para sanar. Él siempre será la fuente de toda sanidad.

Error número uno acerca de la sanidad divina. Puedo comprar mi sanidad con una ofrenda. No podemos sobornar a Dios, no podemos pagarle o negociar con Él para que nos cure. Todo lo que el Señor hace en nuestras vidas es por su gracia.

No es la voluntad de Dios que esté enfermo. La tierra no es perfecta como el cielo. La Biblia nos enseña que los problemas, el dolor, el sufrimiento, las enfermedades, son parte del proceso de Dios para construir en nosotros un carácter como el de Cristo y llevarnos a una completa madurez. Ni siquiera su propio hijo Jesús estuvo exento del sufrimiento, incluso tuvo tortura y muerte. 1 Pedro 4:19. “De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien”.

Pablo tres veces le pidió a Dios que le quitara la enfermedad y Dios dijo: te daré la gracia para manejarla. Algunas cosas salen mal en nuestras vidas, tenemos pruebas, tribulaciones. Juan 3:16. “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”. No hay manera de ir por la vida sin experimentar dolor. Filipenses 1:29. “Pues a ustedes se les dio no solo el privilegio de confiar en Cristo sino también el privilegio de sufrir por él”. Estamos destinados a experimentar dolor en nuestras vidas.

Los milagros se terminaron cuando se completó la Biblia. Muchos piensan equivocadamente que después de que Jesús regresó al cielo, ya no ocurren milagros. El deseo de Jesús por sanar a las personas no ha cambiado en nada. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Jesús sigue siendo nuestro salvador, nuestro sanador y nuestro redentor.

Santiago 5:13-18. “¿Alguno de ustedes está pasando por dificultades? Que ore. ¿Alguno está feliz? Que cante alabanzas. ¿Alguno está enfermo? Que llame a los ancianos de la iglesia, para que vengan y oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. Una oración ofrecida con fe sanará al enfermo, y el Señor hará que se recupere; y si ha cometido pecados, será perdonado. Confiésense los pecados unos a otros y oren los unos por los otros, para que sean sanados. La oración ferviente de una persona justa tiene mucho poder y da resultados maravillosos. Elías era tan humano como cualquiera de nosotros; sin embargo, cuando oró con fervor para que no cayera lluvia, ¡no llovió durante tres años y medio! Más tarde, cuando volvió a orar, el cielo envió lluvia, y la tierra comenzó a dar cosechas”.

Debemos orar no solo por los que están enfermos físicamente. Necesitamos sanidad en nuestro cuerpo, en nuestro espíritu, en nuestras finanzas, en nuestras familias… necesitamos sanidad en muchas áreas. La sanidad viene a través de la oración.

¿Cuándo debo orar por sanidad? Siempre que estés sufriendo porque te sientes enfermo, cansado, o vacío.

¿Por qué la gente no siempre sana? Dios no nos dará algo que vaya en contra de su voluntad porque Él siempre quiere lo mejor para cada uno de nosotros. El Señor contesta toda oración. Algunas veces con un sí, o con un: espera, o con un rotundo no.

¿Por qué Dios permite las enfermedades en mi vida? Para llamar mi atención y encaminarme. David decía en uno de sus salmos: Me hizo bien haber sido afligido porque así llegué a conocer tus decretos. Proverbios 20:30. “El castigo físico limpia la maldad; semejante disciplina purifica el corazón”. Es lo que la Biblia llama: una enfermedad para disciplinar o una enfermedad para entrenar. A veces Dios usa las dificultades para redireccionarnos.

Dios también permite la enfermedad para ser un testimonio ante los demás. Pablo dice: Todo lo que me ha pasado ha sido para que se conozca aún más la noticia de la salvación. Una de las mejores formas para dar testimonio de cómo Dios actúa en nosotros es con nuestra propia vida. La relación con Cristo nos conforta, nos alienta, nos da esperanza y sabiduría. Dios confía que con tu enfermedad serás ejemplo de paciencia para otros. Es una prueba para la gloria de Dios. Con Lázaro, Jesús dijo: esta enfermedad no es para muerte sino para que Dios sea glorificado. Es lo que sucede cuando respondemos de manera positiva frente a esta experiencia.

Enfermedad para muerte. Muchos aseguran que cualquiera que tenga suficiente fe no morirá, y eso no es verdad porque nuestro Padre en el cielo ya estableció el tiempo en el que cada uno de nosotros partirá.

Pidan específicamente

Pide con fe, no dudando. Santiago 1:6. “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra”.

Oremos: Señor, no conozco los problemas que mis hermanos ponen delante de ti en este momento; necesitamos sanidad física, tú nos has dicho que pidamos, que creamos, que confiemos, te pedimos que cumplas tu palabra; venimos ante ti con la seguridad de que todo en nuestra vida sucede según tu perfecta voluntad. Nuestra fe está puesta en ti, ayúdanos a no obstruir el paso del regalo que nos quieres dar. Si tú nunca le has pedido a Jesucristo que te salve, repite conmigo: Jesucristo, sálvame, perdona mis pecados, hazme una nueva persona, quiero ser tu hijo y aprender a conocerte, quiero creer y confiar en ti. Santiago 5:15 “Y la oración de fe restaurará al enfermo, y el Señor lo levantará, y si ha cometido pecados le serán perdonados”. Oramos en el nombre de Jesús, amén.