Palestina e Israel: Una apología al genocidio geopolítico
Las guerras mienten. Ninguna guerra tiene la honestidad de confesar “yo mato para robar”. Las guerras siempre invocan nobles motivos: Matan en nombre de la paz, en nombre de la civilización, en nombre del progreso, en nombre de la democracia, y por las dudas, si tanta mentira no alcanzara, ahí están los medios de comunicación, dispuestos a inventar enemigos imaginarios para justificar la conversión del mundo en un gran manicomio y en un inmenso matadero.
Eduardo Galeano.
Esto ha ido más allá. Esto no es una guerra, es terrorismo.
Francisco I.
POR MIGUEL RUJANA QUINTERO
Docente Investigador Unisinú Bogotá.
El 7 de octubre pasado el grupo islamista Hamás lanzó miles de cohetes contra Israel, desde el territorio de la Franja de Gaza, Palestina. Se trató de una nueva confrontación en la ya larga guerra. En esta oportunidad, con una incursión terrestre en territorio de Israel, capturando rehenes –alrededor de 240 personas– y matando a más de 1200 israelíes. Por su parte, el estado de Israel respondió con ataques aéreos contra Gaza, matando y desplazando a miles de palestinos. Se impuso así un asedio sobre toda la Franja, sin permitir la entrada de alimentos, agua, electricidad ni otros suministros vitales. Este territorio se convirtió en un ghetto o cárcel a cielo abierto, como lo hizo el Imperio Romano en Masada, en el año 74 d. C.
Esta confrontación ha abierto un nuevo frente de guerra en el mundo, de mayores dimensiones que la guerra de Ucrania. Es evidente el genocidio y otras violaciones al derecho internacional humanitario: ataques sin límites sobre la población y a los hospitales, que han convertido estos centros de vida en cementerios. Hasta el mes de noviembre van 15000 palestinos muertos y más de 30000 heridos.
Esta guerra que lleva más de 75 años, tiene al menos dos antecedentes que la explican: i) Los palestinos acusan a los israelíes de haber ocupado ilegítimamente, también ilegalmente, el territorio desde finales del siglo XIX, a través de procesos de colonización: compraventa, ocupación, desplazamientos y genocidios. Ha sido un plan diseñado por la élite más rica de Europa, los sionistas, en busca de un territorio (la tierra prometida), y encabezado por su fundador, Theodor Herzl, para asentar allí su imperio económico y militar, seguido por la gente perseguida por el antisemitismo. La travesía sionista o nuevo “éxodo” se asemeja al viaje de Egipto a Canaán: capítulo 31, 1 al 48, Libro de los Números, en la Biblia, pues ha sido igualmente sangrienta y genocida como el relato del libro sagrado citado.
ii) Los israelíes alegan que el territorio se los otorgó la ONU, en 1948. Aducen que se dio en cumplimiento de la promesa contenida en el Tratado Sykes-Picot de 1916 (cancilleres de Gran Bretaña y Francia), en virtud del cual dividiría a Palestina en dos estados. La promesa fue ratificada por la Declaración de Balfour (canciller británico de la época), y comunicada a Lord Rothschild (judío promotor de la migración), el 2 de noviembre de 1917. Allí se anunció el apoyo a la idea de crear un Hogar Nacional Judío en Palestina. Esta promesa fue posible pues el territorio de Palestina era administrado por el Fideicomiso Británico, bajo la dirección del canciller Balfour, por mandato otorgado por la Sociedad de Naciones en 1917. Los israelíes tenían derecho al territorio, porque al finalizar el holocausto judío en 1945, la ONU no podía menos que catapultar la decisión sobre la división de Palestina. La resolución se aprobó en 1948 y asignó la mitad del territorio a los judíos.
Además, hay otras explicaciones. Según la Biblia, esta tierra les pertenece a los judíos por la promesa de Yahvé. Los palestinos defienden la tesis de que la tierra es suya porque allí han vivido desde hace más de 3000 años (según la Biblia, los palestinos-filisteos son los mismos de la época del Rey David). Tanto así que el emperador romano Adriano, en el 135 d. C, cambió el nombre de la Provincia de Judea, por el de Siria-Palestina, o Palestina.
Lo cierto es que judíos y palestinos han vivido en la región de El Levante (contigua a la cuenca oriental del Mediterráneo), desde hace 3000 años. Ambos pueblos descienden del mismo padre (Abrahám, según el mito), por ello son semitas. Comparten, a través del Antiguo Testamento de la Biblia, los fundamentos de sus religiones, y convivieron hasta la diáspora de 135 d. C. En esta fecha los judíos se trasladaron a Europa y a Eurasia (llamados Eskenazís) y al norte de África; y a España (los Sefardíes). Los palestinos siguieron en esta tierra hasta hoy. Estos dos pueblos volvieron a encontrarse1850 años después, en 1948, cuando la ONU le asignó a cada uno la mitad del territorio de Palestina. Y también, por ello, se proclamó el inicio de la guerra actual.
En los casi 1850 años que siguieron a la diáspora, la cultura y aquella población hebrea antigua que la produjo, se disolvió. Los judíos de hoy son un grupo distinto, entre laicos, ateos y religiosos cuya vinculación con la tierra de Palestina es remota. Podría interpretarse como un vínculo similar al de los cruzados con Tierra Santa, al de los españoles de hoy con América Latina, o al de los árabes con Andalucía. La religión no tiene tierra ni patria. De lo contrario, podría pensarse que todos los cristianos del mundo estarían llamados a establecer un estado cristiano en Belén (Palestina) y vivir allí.
A partir de la diáspora, los judíos se movilizaron por el mundo y prosperaron económicamente: fundaron industrias, bancos y lideraron buena parte del comercio europeo. No obstante, despertaron la envidia y el odio: el antisemitismo que llegó hasta la Segunda Guerra Mundial. En contraste, el pueblo de Palestina, y las naciones árabes, permanecieron inmóviles, empobrecidos, dominados por todos los imperios y, desde 1948 hasta hoy, por el estado de Israel.
Entonces el problema es por el territorio de Palestina y no por convicciones religiosas. El sionismo empezó con la conquista de ese territorio desde 1840, con la ayuda del Imperio Británico que tenía grandes intereses económicos en Palestina por su posición geográfica: puente entre África, Asia y Europa, y por su localización al este del Canal del Suez, lo que facilitaría el comercio de sus extensas colonias. A este interés se unieron Francia, Italia, Rusia, y, más tarde, Estados Unidos. Hacia estos fines, el coronel Churchill, en 1841, cónsul de Gran Bretaña en Beirut, presentó a los diplomáticos y líderes de este gobierno, el proyecto de colonización judía, dirigido a lograr la colonización de Palestina. Proyecto que ya avanzaba en medio de violencias y de conflictos entre judíos, cristianos, musulmanes y árabes laicos, por la ocupación, la colonización, y en contra del sionismo. Esos enfrentamientos llegarían hasta 1948.
No menos letal fue el conflicto por la administración del fideicomiso británico, entre los ingleses, los países árabes y Palestina, sobre todo por los términos en que iba a terminar este mandato en 1948: la independencia de cada país árabe como estado. Este desenlace llevó a los árabes a una temible tensión, tratando de inclinar la balanza británica a su favor y así lograrían rápidamente su independencia; razón por la que miraron de soslayo a Palestina. Pues sabían que esta nación estaba siendo codiciada por los imperios británico, sionista, Francia, Italia, Estados Unidos, y otros. Entonces resultaba estratégico para los árabes no intervenir visiblemente a favor de Palestina, contrario a lo que inspiraba el Panarabismo y la Liga Árabe. Por estas posturas árabes, los palestinos y varios líderes mundiales los acusarían de traidores, hasta hoy.
Esta postura pérfida fue el precio que los árabes (Jordania, Siria y Líbano) pagaron a los británicos y a los americanos por su independencia como estado. Postura que subrepticiamente se ha mantenido a lo largo de los 75 años de guerra, y que se traduce en insolidaridad e indiferencia con la causa Palestina. Estas naciones árabes han tenido como excusa las posibles sanciones económicas y militares de la comunidad internacional-Estados Unidos, de llegar a apoyar a Palestina. La geopolítica les dejaba claro que no debían desestabilizar los planes británicos y americanos sobre el nuevo orden mundial, en la región del Medio Oriente. Las naciones árabes debían mantenerse al margen del acuerdo de Estados Unidos-Israel, con tal fin, las naciones poderosas tendrían el dominio sobre la riqueza energética y militar del mundo en Medio Oriente. A partir de ese momento las potencias van a blindar a Israel de las amenazas y guerras árabes, y la dotaron con el más avanzado poderío científico, militar y económico; dios en la tierra prometida. Así se inició la geopolítica del Cercano y Medio Oriente, y las razones de la actual guerra interminable en Palestina. Para cumplir con su propósito, fue necesario que los habitantes de la zona vivieran bajo zozobra, y bajo fuego eternamente.
Confirma lo anterior, el hecho que, en el momento del ataque a Israel por Hamás, el 7 de octubre de 2023, los Estados Unidos desplazaron el más poderoso portaaviones al frente de las costas de Israel, disuadiendo a cualquiera que se atreviera a intervenir en la misión de exterminio sionista sobre Gaza; sobre todo, a Irán y a Hezbolláh. Tan temible es esta amenaza que Irán no ha podido defender a sus hermanos de sangre, confesión y política: Hamás.
En entrevista al filósofo y lingüista norteamericano de origen judío, Noam Chomsky, sobre el apoyo de los Estados Unidos a Israel, respondió que no es una relación que se basa únicamente en lazos religiosos o culturales, sino que tiene raíces profundas en la geopolítica y en la estrategia de poder global. Asegura el lingüista que el potencial militar, tecnológico y de inteligencia de Israel ha sido valorado y potenciado por EE. UU., convirtiéndolo en una pieza clave en su tablero geopolítico. Lo demuestra señalando que, en 1967, fue un punto de inflexión en esta relación. Durante la Guerra de los Seis Días, Israel no solo demostró su superioridad militar, sino que también sirvió directamente a los intereses geoestratégicos de Estados Unidos al contrarrestar el auge del nacionalismo árabe secular, que amenazaba la hegemonía occidental en la región[1]
Si el problema es por la geopolítica, por la hegemonía de Estados Unidos e Israel en la región del Medio Oriente, como no cabe duda, la guerra en Palestina no terminará en 30 años. Y si termina en ese lapso, los palestinos serán apenas residentes permanentes del territorio de Israel. Los palestinos habrán perdido el territorio como estado independiente. Como se observa en los mapas que son virales en la red, ya solo les queda un ghetto o una cárcel a cielo abierto (cuyo eufemismo es campo de refugiados), que les ha dejado la guerra, y con menos del 5 % del territorio que fuera suyo antes. Las eternas propuestas de solución de dos estados siempre han fracasado y han sido inviables, pues son subterfugios para hacer prevalecer la geopolítica sionista sobre la zona. La idea de poner a debatir al mundo sobre estas soluciones no es más que arropar de moralidad una política siniestra, que al cabo de 75 años ya nadie creerá en ella, facilitando los objetivos de la geopolítica: adueñarse del territorio de Palestina.
En 2021, Shlomo Ben Ami, excanciller y negociador de paz de Israel, aclaró que “… la solución de los dos estados ha muerto y no es posible resucitarla”; ya está descartada y que a ningún político con experiencia se le ocurriría pronunciarla. “Ahora está la solución de un solo estado para dos pueblos”. Esta sería una de las peores alternativas que uno puede imaginarse. Porque ahí en el Medio Oriente eso es imposible, por el entorno en que se vive. Dice el ex negociador: “Estamos viviendo en una guerra civil entre musulmanes, chiítas y sunitas. Siria es un baño de sangre inacabable. Yemen se está derritiendo. Libia está en guerra civil. Ya veremos la legitimidad de Arabia Saudita, con el régimen de Mohamed Bin Salmán. Líbano, el único país inter étnico que existía aquí, se desmorona. ¿Ustedes de verdad creen que se puede hacer aquí un estado binacional? No fue posible en Chipre. Y los belgas todavía no han decidido qué es lo que son”[2].
Occidente encontró en Palestina un espacio favorable para desplegar allí su acción política y militar; también, para contener el avance del nacionalismo árabe y el comunismo. Para este oficio nadie mejor que el estado sionista de Israel. Esta es la razón por la que desde su fundación ninguna potencia militar de la región la supera ni la ha vencido. Hace 75 años, Estados Unidos e Israel dominan la región del Medio Oriente, a través de guerras de baja intensidad. Irán, la segunda potencia militar de la región, ha intentado debilitar por todos los medios esta coalición, ha financiado guerras de baja intensidad y a grupos paramilitares para reducir el poder de la alianza norteamericana-israelí, pero no lo ha logrado. En esta guerra del 7 de octubre, Irán ha vuelto a perder, a través de sus aliados Hezbolláh y Hamás, no pudo enfrentar a Israel, ni impedir el genocidio, mucho menos salvar a sus lideres de Hamás.
Quien ha perdido en esta guerra no es Hamás ni Hezbolláh, es Irán y Siria. Los árabes de El Levante han vuelto a perder; su nacionalismo ha quedado sepultado. Egipto y Jordania han renovado su perfidia y pronto estarán occidentalizados. Han dejado solo al pueblo de Palestina, a su hermano de sangre, de confesión y de cultura, ante el genocidio de Israel. Guerra que hace inútil hasta la rebelión, que normaliza esta violencia, y que hace parecer al estado terrorista como víctima, no sin el auspicio de los servicios mediáticos.
[1] CHOMSKY, N., Vídeo | Noam Chomsky: ¿Por qué los Estados Unidos apoyan a Israel?, Spanish Revolution, 23 de octubre de 2023. https://spanishrevolution.net/video-noam-chomsky-por-que-los-estados-unidos-apoyan-a-israel/
[2] AVIGNOLO, M. L., Shlomo Ben Ami, ex canciller de Israel: «La solución de los dos Estados ha muerto y no es posible resucitarla», Clarín, París, 24 de mayo de 2021. https://www.clarin.com/mundo/shlomo-ben-ami-ex-canciller-israel-solucion-muerto-posible-resucitarla-_0_FLq62lqFv.html
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