ME DIO LA VIDA DESPUÉS DE MUERTA
Con motivo del Día de la Madre, la periodista y presentadora de televisión Gloria Echeverry nos comparte otra de sus conmovedoras historias.
Por Gloria Echeverry
Nueva York, Mayo 08 de 2016. Salí de la habitación de la clínica a eso de las dos de la mañana, me recosté en una cama y como a las cinco recibí la noticia de su muerte, que se esperaba, sin embargo aunque supiera que era lo que iba a pasar, no podía racionalizar el hecho de que ella ya no estaba.
Mientras los demás hacían los trámites del hospital y los arreglos funerarios yo decidí quedarme en la morgue con ella. Siempre le había tenido miedo a los muertos pero en esta ocasión me sentía en el lugar más seguro del mundo porque estaba con mi madre.
Cuando toqué sus manos se sentía como un cubo de hielo con un caucho encima, era raro y tal como yo solía hacer cuando tenía frío, le metí mis manos heladas en su barriguita para que me las calentara, así como lo hacía todas las madrugadas mientras me acompañaba a tomar el bus del colegio. Su vientre a diferencia del resto de su cuerpo estaba tibio y suave, tal como lo recordaba. Estuve allí poco más de dos horas hasta que llegó el galeno para pedirme que firmara el acta de defunción. Me preguntó qué hacía y yo le dije que me moría de frío y que mi mamá siempre me calentaba las manos así, y que aunque estuviera muerta lo siguió haciendo mientras la acompañé en la morgue. Me miró con cara de ´estás loca´ y me dijo que eso era imposible, porque ya su cuerpo presentaba el rigor mortis desde hacía 5 horas. Él no entendía que una mamá no deja de ser mamá ni muerta.
Pero esa no fue la única señal de que seguía allí conmigo. Ya en la funeraria, cuando estaban arreglando el cuerpo, me opuse a que fuera el personal quién le diera el último toque y la maquillara , les dije que yo lo haría a lo que respondieron que eso era imposible e iba contra las reglas. Les aseguré que igual lo iba a hacer y que no tenía inconveniente en sacar su cadáver a la calle y hacerlo afuera. Viendo mi determinación, accedieron. Saqué mi carterita de maquillaje, y lo primero que hice fue acariciar su rostro con una crema humectante. La expresión triste con las comisuras de sus labios hacia abajo no me gustó, no era ella , así que traté infructuosamente por todos los medios de cambiarla, masajée una y otra vez sus cacheticos y finalmente la maquillé como si fuera a un evento especial, su último y gran evento especial.
Ya en la sala de velación, cuando la gente se acercaba, contaba que tan bella había quedado y hablaban de su sonrisa, pensé: ¿¿sonrisa?? ¡Cuál sonrisa si ella tenía expresión de tristeza! Me acerqué al féretro y lo que vi me dejo atónita, mi madre estaba sonriendo, muerta pero con una expresión inequívoca de felicidad y paz.
Muerta pero con una expresión que hablaba por sí sola y me decía hija gracias por lo que hiciste. Muerta, pero una vez más haciéndome sentir bien a pesar de no haber sido todo lo que debí para ella. Ese día mi madre, aún estando muerta, me volvió a dar la vida. Feliz día mamá.
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