Los mayores de 70 al cuidado de la vida y la cultura
Conversando con mis amigos acerca del Decreto de Emergencia Económica, Social y Ecológica, expedido por el Gobierno Nacional, que prohíbe a las personas mayores de 70 años salir a la calle, supuestamente por ser frágiles e indefensos, o como dice el presidente “para la protección de nuestros abuelitos y abuelitas…”, consideramos esta decisión gubernamental ofensiva, desobligante y profana.
Por Miguel Rujana Quintero
Director de Investigaciones
Universidad del Sinú Extensión Bogotá
Abundan en la historia testimonios sobre el aporte esencial que los mayores han hecho a las tradiciones y a la cultura de sus pueblos para el cuidado y conservación de la vida. En la República Popular China, desde hace más de 5 mil años, la historia da cuenta de la tradición de honrar a sus mayores como guías espirituales y crisoles del pensamiento. Ellos son los promotores de los valores por la unidad de su nación y los líderes de la divulgación de su patrimonio ancestral para las nuevas generaciones. En esta tarea, se honran a los fundadores de sus dinastías, quienes son recordados hasta la 30ª generación. Esta costumbre permite redescubrir el significado de sus raíces y de su historia. Gracias a las tradiciones ancestrales en pleno siglo XXI, el mundo puede presenciar la magnificencia, el colorido y la mitología de la cultura china.
En Occidente, a través de la dualidad de lo dionisíaco y lo apolíneo, podemos apreciar mundos complejos en sus relaciones humanas, en sus valores y en la manera particular de honrar no solamente a los mayores sino también a los jóvenes. Grecia fue el lugar en donde se enfrentaron los herederos de estos dos mundos representados por el dios Apolo y el dios Dioniso. Del primero, hacen parte los mayores, ¡bien mayores!, que estimularon la reflexión filosófica y científica; inspiraron la poesía, cultivaron la medicina, la arquitectura y, sobre todo, confiaron en el día y el sol. Entre sus representantes se encuentran Homero, Eurípides, Hipócrates, Heráclito, Sócrates y sus discípulos Platón y Aristóteles, entre otros. Dando paso a un momento histórico, cultural y social de seres sabios y creadores de universos posibles para su tiempo y el nuestro. Con ellos se vivió el esplendor de la cordura y la prudencia en el cuidado de la vida. Pero no fueron los más llamados a gobernar, pues no se podía reinar solo con cordura y prudencia; se requería de Dioniso para este ejercicio. Los griegos también quisieron estar impregnados de un mundo de derroche y delicias, de la belleza del cuerpo, y del calor del vino: de los ideales de Dioniso. Este “es un dios furioso, conoce la existencia y la abraza sin reserva, incluso en sus aspectos más turbios. Encarna la fecundidad y nada se crea sin embriaguez, sin noche, sin mácula. Como profeta del culto a la vida, también asume plenamente la violencia, el riesgo, la enfermedad y la muerte, que le son inseparables. Su filosofía es un alegre pesimismo. Su símbolo es el vino, y más precisamente el vino tinto” (Michel Tournier).
La gran apología de los mayores para los siglos posteriores a los de la Grecia clásica la hizo el tribuno romano Marco Tulio Cicerón (106 a 43 a. C.), en su obra De Senectute. Sus años intensamente vividos le permitieron, al final de su vida, reflexionar sobre las virtudes de su edad avanzada. El romano sostuvo que las cosas grandes no se hacen con la fuerza, la rapidez o la agilidad del cuerpo sino mediante el consejo, la autoridad y la opinión; todas de las que la vejez, lejos de estar huérfana, prodiga en abundancia. La vejez “es honorable si ella misma se defiende, si mantiene su derecho, si no es dependiente de nadie y si gobierna a los suyos hasta el último aliento”. Así los mayores no solo pueden cuidarse solos sino que este cuidado los hace dignos. Les permite sumergirse en su creatividad o mundo intelectual, sin darse cuenta siquiera que envejecen. Por eso es indigno que el gobierno colombiano pretenda disminuirlos mediante decretos. Justamente, De Senectute es contestatario de la medida gubernamental la interpela al señalar que ni las canas ni las arengas pueden proporcionar autoridad de repente, sino que la vida anterior vivida honestamente es la que recoge los frutos de la autoridad y la seguridad; y esto solo es posible en la edad adulta. Con este pensamiento la humanidad se ha regocijado por más de 2.500 años hasta encontrarse con Norberto Bobbio.
Bobbio (1909 – 2004), en su obra De Senectute, afirmó lo contrario de Cicerón. En el momento en que lo escribió parecía ansioso, como si sintiera vivir la supervivencia; porque se reconocía como un hombre lleno de lucidez, actualidad y vigencia, y no como un anciano decrépito. ¡Escribió con pesar!, porque sentía que la vitalidad de su vida y pensamiento se perdían. ¡Y no es justo!. Escribió esta obra a los 90 años con tal agudeza que toda crítica parece ser un juego de aprendiz. Es posible creer que esta obra antes que una lamentación es una apología a la vejez. Es como un libreto para una “obra de teatro” y no el cuadro de un senil indefenso al que habría que cuidar con un decreto del gobierno. Curiosamente, Bobbio se quejó de que aún cuando seguía escribiendo intensamente, a casi nada le temía, excepto a cierta crítica de la que dijo: “una demoledora crítica de un libro me abate y me paraliza, privándome de la lucidez precisa para responder”. ¡A sus 90 años!.
Ahora bien, Bobbio parece ansioso porque lo que escribió en este alegato militante no fue un “réquiem” por los ancianos; fue el capítulo de una “obra de teatro” sobre la apología de la supervivencia. Magistralmente señaló que “el mundo del futuro está abierto al futuro, y ya no le pertenece al anciano. Se juzga, se absuelve, se condena, e intenta trazar el balance final cuando el curso de la vida está a punto de consumarse. Hay que apresurarse. El viejo vive de recuerdos y para los recuerdos, pero su memoria se debilita día tras día. El tiempo de la memoria avanza al contrario que el real: los recuerdos afloran en la reminiscencia y son tanto más vivos cuanto más alejados en el tiempo. El viejo sabe lo que ha quedado, o lo que ha logrado sacar de la historia de su vida. No se detiene porque cada rostro, cada gesto, cada palabra, cada canto por lejano que sea, recobrados cuando parecían perdidos para siempre, le ayudan a sobrevivir. Pero la humanidad no se va a resignar vuelve por sus fueros y sus glorias” (Norberto Bobbio). Ya quisiéramos todos a los 90 años poder hacer este ejercicio intelectual, disfrutar esta manera bella de sobrevivir, cuidarse con inquebrantable rigor. Este final Bobbiano de supervivencia, “es la vida más bella de la vida, la vida más que la vida, y el habla que se pronuncia no es un discurso mortífero; al contrario, es la afirmación de un viviente que prefiere el vivir, y por tanto el sobrevivir, a la muerte, pues la supervivencia no es solo lo que queda: es la vida más intensa posible” (J. Derrida).
Esta reflexión parte de lo inescindible de la juventud y sus mayores. Todos, en un momento de la vida, somos y seremos de esos tiempos; y no por ello unos son más importantes que los otros. Se siguen en una secuencia recíproca de dar y recibir, de odiar y amar, de existir y morir. Muchos jóvenes partieron de este mundo antes de tiempo sin conocer las virtudes de las canas; otros vivieron demasiado hasta los 90 años, siempre buenos e inocentes. Unos más, jóvenes artistas y creativos lograron una vida plena. Un grueso de ellos entre canas contribuyó al gran desarrollo humano. En este devenir humano apolíneo y dionisíaco se incluyen los afectos, el amor y la belleza. De esos mundos nos enamoramos perdidamente, y con pasión; también de su arte y de su escritura, del pensamiento y de su obra, entre otros objetos bellos.
La juventud irreverente y gozosa en Colombia también muere por el Covid-19 sin que nada pueda hacerse por ellos. Los mayores de 70, que han desarrollado un altísimo sentido de la ética del cuidado, corresponden a un menor número de víctimas de esta pandemia. Y esto es así, no por el decreto del gobierno, al que el Juzgado 61 Administrativo de Bogotá le revocó la prohibición el pasado 2 de julio.
“Permíteme, ¡oh, Apolo!, gozar de lo que tengo, conservar, te lo ruego, mi salud y mi cabeza, y que pueda en una digna vejez, tocar aún la lira”. Michel de Montaigne
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