Los cementerios marinos de los migrantes: El Mediterráneo y el Canal de la Mancha

Los cementerios marinos de los migrantes: El Mediterráneo y el Canal de la Mancha

Los migrantes del mar sufren condiciones desesperantes y agonizantes mientras esperan la menor oportunidad para zarpar, para aventurarse en una travesía de supervivencia que es, al mismo tiempo, una cita con la muerte. En este duelo sólo sobreviven los bendecidos de los dioses.

 

POR MIGUEL RUJANA QUINTERO

Docente investigador

Universidad del Sinú Extensión Bogotá. 

La hambruna que vive gran parte de la humanidad es el drama más deshonroso de la especie. A los gobiernos no les ha interesado resolver esta tragedia, la han asumido como un mal endémico. Una buena cantidad de estos pobres han buscado sobrevivir cruzando furtivamente los mares europeos en vetustas pateras (barcazas con mínimo fondo), y se han valido para esta hazaña solo de la esperanza. En este desplazamiento humano, el más letal de los que se conoce, solo un porcentaje mínimo de los que se hacen a la mar alcanzan la playa europea: el otro lado del Mediterráneo o del Canal de la Mancha. Desafían estos mares desde hace décadas, diariamente, miles de hombres, mujeres y, tristemente, niños y niñas, ante la mirada fría e imperturbable de los gobiernos europeos, que los dejan morir, so pretexto de que son transportados por traficantes de personas.

El más reciente desastre fue el pasado 26 de febrero donde murieron 70 personas y fueron rescatadas 80, al hundirse su rústica barcaza en la costa italiana. La embarcación se partió cuando el fuerte oleaje la lanzó violentamente contra las rocas. La guardia costera y la primera ministra de Italia Giorgia Meloni, han sido acusadas de negligencia. La mandataria también lo ha sido por actos indecorosos e indolentes al cantar en un bar cerca al lugar y a la fecha de la tragedia, en compañía del ex primer ministro del interior Matteo Salvini, la canción que alude a una migrante que se halló ahogada en el mar de Italia, años antes.

Las causas de la migración son múltiples; van desde el desplazamiento forzado por las tiranías, las persecuciones y las guerras de algunos estados, hasta por desastres naturales, pobreza y hambruna. Pero esta reflexión solo se ocupa del drama humanitario de los migrantes del mar, personas que se arriesgan a cruzar el Mediterráneo y el Canal de la Mancha con la leve esperanza de sobrevivir a estos mares, conocidos como los «cementerios marinos». Travesía incomparable con otras formas de migración, por el máximo nivel de riesgo, por la inminencia de la muerte. También reflexiona sobre la indiferencia e hipocresía de los gobiernos obligados a acogerlos.

Hoy hace una década, José Manuel Barroso, presidente de la Comisión Europea para las Migraciones, permanecía «visiblemente conmovido» ante hileras de ataúdes de migrantes ahogados frente a la isla italiana de Lampedusa. En algunos féretros pequeños y blancos yacían los cuerpos de bebés y niños. “Esa imagen de cientos de ataúdes nunca saldrá de mi mente. Es algo que creo que uno no puede olvidar. Ataúdes con la madre y su hijo”, declaró Barroso en 2013. También dijo que “… la Unión Europea, debía tener mayor control en los mares para rescatar con vida a los migrantes y devolverlos a sus países de origen”. Que ironía. ¿Devolverlos?, ¿para que volvieran a vivir las tragedias de las que huían? Después de 10 años nada ha cambiado, los gobiernos siguen apilando allí los muertos hasta hoy.

Solo algunas muertes se han podido registrar en los obituarios. Entre ellas, más de 300 personas que murieron el 3 de octubre de 2013, tras desatarse un incendio en un bote que había partido de Libia, la embarcación transportaba a unas 500 personas que aspiraban a una vida mejor en Europa. En las primeras seis semanas de 2016, se ahogaron 410 personas de las 80.000 que cruzaron el Mediterráneo oriental. En 2022 hubo aproximadamente 330.000 intentos para ingresar a Europa, el nivel más elevado en diez años. La Organización Internacional para las Migraciones ha señalado que más de 25.000 personas han muerto o han desaparecido al intentar cruzar el Mar Mediterráneo y el Canal de la Mancha, desde 2014[1]. [2]

Mientras persiste el clamor por las rutas seguras y legales para los migrantes, y por un derecho eficaz de acogida, implorado también por el Papa en su celebración de los diez años de pontificado, la respuesta del Reino Unido, Francia, Italia, y Europa en general, se ha vuelto cada vez más airada y politizada. Es decir, xenofobia, racismo y aporofobia. Posición gubernamental que se asemeja a agresión y a odio que viene desafiante desde 2015, con medidas de bloqueo contra los migrantes: muros, alambradas, patrullas de seguridad, cámaras, radares, etc. Y cierre del acceso al túnel del Canal de la Mancha, empujando a la gente a una acción mucho más temeraria y peligrosa: las pateras. Las ONGS dicen que nadie que tenga acceso a otras alternativas se subiría a una embarcación de este tipo.

En lugar de rescatar y acoger a los migrantes, los gobiernos europeos han acosado e incautado navíos civiles operados por organismos de ayuda humanitaria por intentar salvar vidas. Los países comunitarios proporcionan dinero, embarcaciones y equipo a las guardias costeras del norte de África y Oriente, bajo extorsión, para que impidan a cualquier costo (muerte) que la gente intente la travesía. A los europeos solo les interesa incrementar las devoluciones, el eufemismo que utiliza la Unión Europea para las deportaciones.

Europa (y el mundo desarrollado) condena a estos migrantes a sus «cementerios marinos», no porque les quiten el trabajo, pues es un continente envejecido que demanda trabajadores, es por el color de su piel y por ser pobres. La experiencia lo confirma. Hoy los ucranianos son recibidos con beneplácito por los europeos marcando una sustancial diferencia entre estos y los africanos. Este hecho, de entrada, nos permite demostrar la existencia atávica de discriminación, racismo, xenofobia y aporofobia que aún existe en el viejo continente (y en países desarrollados).  La migración de cientos de miles de personas que siguen siendo desarraigadas por la guerra entre Rusia y Ucrania, es considerada por los europeos: gente de su clase, de su raza, merecedores de acogida.

El 10 de mayo de 2022 la Agencia de la ONU para los Refugiados ACNUR, y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), informaron que la cifra de personas que se han visto obligadas a abandonar sus hogares en los últimos meses asciende a casi 14 millones; de los cuales 8, han encontrado acogida en los países fronterizos de Europa del Este. Otros 5,9 millones de personas debieron cruzar las fronteras para buscar seguridad en otros países[3].

Si bien la hospitalidad ha sido elogiada por Occidente, también ha hecho resaltar las enormes diferencias en el trato que se les da a los migrantes y refugiados de Medio Oriente y África, en especial a los sirios que llegaron desde 2011 en adelante. La migración ucraniana es en todo sentido ventajosa, por qué no decirlo, gloriosa, sin riesgo y sin muerte. Su acogida ha sido masiva e inmediata, tan sólo en 2022 los europeos recibieron más de 14 millones. Los «otros» refugiados, los de Oriente, África y Asia arriban en pequeños grupos y en su mayoría mueren en la travesía. Algunas de las palabras de los gobernantes de los países de acogida a los ucranianos resultan perturbadoras, por no decir discriminatorias y racistas: “Estos (los ucranianos) no son los refugiados a los que estamos acostumbrados (los africanos)… son personas inteligentes, educadas, y europeos”, “Éstos no corresponden a la oleada de refugiados a la que hemos estado acostumbrados (los africanos y musulmanes), personas de las que no estábamos seguros de su identidad, con pasados ​​poco claros, que incluso podrían haber sido terroristas…” (…) “En otras palabras, no hay un solo país europeo que tenga miedo de la oleada actual de refugiados”[4] (ucranianos), dijo el primer ministro de Bulgaria, Kiril Petkov, al referirse a los  ucranianos.

Alguien más dijo: “no vamos a dejar que nadie entre” (se refería a los africanos y del Cercano Oriente); después volvió a manifestar: “estamos dejando que todos entren” (los ucranianos). Esos comentarios fueron emitidos con sólo tres meses de diferencia por el primer ministro húngaro Viktor Orban. El primero, en diciembre de 2021 contra migrantes africanos y musulmanes; el segundo, fue cuando avanzaba la migración ucraniana. Postura que ha sido respaldada por el Partido Nacionalista Conservador que gobierna Polonia, y por la gran mayoría de los gobiernos europeos.

Algunos periodistas también están siendo criticados por sus reportes y descripción de los refugiados ucranianos: “Estas son personas (los ucranianos) prósperas de clase media”. “Obviamente estos no son refugiados que intentan escapar de zonas del Medio Oriente, del norte de África. Lucen como cualquier familia europea de la que sería vecino”, dijo el presentador de la cadena televisiva Al Jazeera, en 2022. El canal se disculpó, señalando que los comentarios fueron insensibles e irresponsables. La CBS News también se disculpó después de que uno de sus corresponsales dijo que: «el conflicto en Kiev no era como en Irak o Afganistán, que han estado en conflicto durante décadas. Esta es una ciudad europea y civilizada”. Videos en redes sociales, bajo el hashtag #AfricansinUkraine, mostraron, supuestamente, a estudiantes africanos impidiéndoles subir a los trenes que salían de Ucrania, con el fin de dejar espacio a los nativos de este país. ACNUR también denunció el arraigado racismo de las políticas de Europa, al momento de designar los elegibles que intentan llegar al viejo continente, privilegiando los ucranianos[5].

Estos migrantes del mar insisten en creer que tienen el derecho internacional de su lado, pero que también, el de “misericordia” de parte de los europeos, tal vez, por los siglos de esclavitud y de colonialismo que impusieron en sus tierras. Ni lo uno ni lo otro. La respuesta del viejo continente es la indiferencia, el desprecio por estos migrantes que antes fueron sus esclavos.  Su interés hoy es desatar contra ellos sus monstruos marinos que saben sepultarlos.

La tragedia humana a la que se asiste en el Mediterráneo y el Canal de la Mancha, mares denominados “los cementerios de inmigrantes”, es la consecuencia de las ideas racistas, xenófobas, aporofóbicas e intolerantes de los partidos de la ultraderecha europea (que hoy son muchos), presentes también en los medios y en parte de la población. Y no es nada distinto a sentir odio por los migrantes, no tanto porque sean extranjeros, a los que también odian, sino porque son pobres y diferentes. Aclarando que, a los extranjeros ricos, los que hacen turismo y dejan fortunas, a estos sí, y sólo a estos, los aman, los acogen y los consienten. Por lo que más bien se tendría que hablar de xenofilia, de amor y amistad hacia esta clase de extranjeros.

A los migrantes que sólo pueden arribar como refugiados, los odian porque son pobres. Seres “sin futuro ni esperanza”. Personas que no aportan al PIB de los países ni a mejorar las condiciones de vida de nadie, que no sea la suya, dicen los ultraconservadores. «El problema, entonces, es que hay muchos racistas y xenófobos, pero aporófobos, casi todos”, señala Adela Cortina. También que, sigue siendo verdad, desgraciadamente, que en la sociedad contractualista y cooperativa del intercambio se excluye radicalmente al extraño, al diferente, al que no pertenece al grupo (el extranjero, el pobre, el negro), que no entra en el juego del intercambio, porque no parece que pueda ofrecer ningún beneficio como retorno[6].

Es el pobre, el áporos el que molesta, incluso el de la propia familia. Al pariente pobre se le vive como una vergüenza que no conviene airear, mientras que es un placer presumir del pariente triunfador, bien situado en el mundo académico, político, artístico o en el de los negocios. Como Karin Benzema, Pelé, Messi, Mbappé, Neymar, negros e hispanos vinculados a los equipos de Europa y Estados Unidos, estos sí, amados por su dinero. Son héroes y dioses. En cambio, los africanos, árabes, musulmanes e hispanos pobres son el lastre para los europeos y los norteamericanos.

No se puede aceptar la imperturbable e indolente política europea de dejar morir a los migrantes en sus “cementerios marinos”. El racismo y la aporofobia que, aunque son sentimientos despreciables, también tienen límites: no incluyen el derecho a dejar morir. Y no hay ninguna justificación para esta política: ni de soberanía, ni de densidad poblacional, ni de lucha contra el terrorismo, ni por ninguna otra causa se puede ni se debe dejar morir a estos seres humanos que solo aspiran a sobrevivir. Mucho menos por el color de su piel, o por ser pobre. Y aunque los responsables, los sepultureros, están ahí para ser juzgados por estos crímenes de lesa humanidad, sus acciones quedarán impunes, por ser Europa. Es desesperanzador saber que el derecho comunitario, que violan estos gobiernos con toda clase de subterfugios, contiene, de una parte, las normas «pétreas» que imploran salvar las vidas de los migrantes, y de otra parte, al mismo tiempo, otorga el poder omnipotente al viejo continente para hacerlas inanes, de ahí la impunidad. Su poder ilimitado impone el derecho que conviene: quién vive y quién muere en esos mares. Discriminación que se ha convertido en crímenes de Europa, y en vergüenza de los pueblos por su indiferencia, por permitir estos cementerios marinos.

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[1] Los Angeles Times, febrero 1 de 2023.  Obtenido de: https://www.latimes.com/espanol/internacional/articulo/2023-02-02/europa-pocos-cambios-tras-tragedia-migratoria-hace-10-anos

[2] Producción Rujana.

[3] Noticias ONU, mayo 10 de 2022. Obtenido de: https://news.un.org/es/story/2022/05/1508492

[4] Los Angeles Times, febrero 28 de 2022. Obtenido de: https://www.latimes.com/espanol/internacional/articulo/2022-02-28/europa-recibe-a-refugiados-ucranianos-no-asi-a-los-demas

[5] Ibídem

[6] Scielo, julio – diciembre de 2017. Obtenido de: http://scielo.sld.cu/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1817-40782017000200001

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