Deforestación en Colombia: el retroceso ambiental que enciende las alarmas
En 2024, Colombia perdió 113.608 hectáreas de bosque, un 43% más que en 2023. Este aumento revela que, pese a los esfuerzos institucionales, este sigue siendo uno de los mayores desafíos ambientales y judiciales del país.
Colombia enfrenta un retroceso ambiental preocupante: pese a contar con un marco normativo sólido y múltiples estrategias de control, la deforestación sigue avanzando y se mantiene como uno de los mayores desafíos para el país en materia de justicia ambiental, gobernanza territorial y conservación de la biodiversidad. La falta de efectividad en la aplicación de la ley, la limitada capacidad institucional y la impunidad que rodea a los delitos ambientales han puesto en riesgo uno de los patrimonios naturales más valiosos de la nación: sus bosques.
El IDEAM presentó el 31 de julio de 2025 su más reciente informe, que confirmó un repunte alarmante de la deforestación en Colombia: en 2024 el país perdió 113.608 hectáreas de bosque, un 43% más que en 2023, año en el que se había alcanzado la cifra más baja en más de dos décadas (79.256 ha). El balance de los últimos cinco años evidencia un vaivén inquietante: tras superar las 170.000 hectáreas en 2020 y 2021, la deforestación bajó a 123.517 ha en 2022 y tocó un mínimo histórico en 2023, antes de volver a dispararse en 2024, mostrando que la tendencia de reducción lograda en años recientes se revirtió abruptamente.
Para Daniela Vergel, socia de la firma de abogados CMS Rodríguez-Azuero y líder del área de Derecho Ambiental y Sostenibilidad, “Aunque Colombia cuenta con un marco normativo robusto, el gran reto es la implementación para garantizar un control real en la frontera agrícola, una trazabilidad efectiva de la madera, la persecución de los grandes financiadores de la deforestación, el fortalecimiento de las autoridades ambientales y la generación de incentivos económicos para las comunidades que conservan.”
El país posee una estructura jurídica diseñada para enfrentar este fenómeno, desde la Ley 2ª de 1959, que creó las Zonas de Reserva Forestal, hasta la Ley 2111 de 2021, que tipificó delitos como la deforestación, su financiación y el ecocidio. A ello se suman políticas como la Estrategia Integral de Control de la Deforestación y el CONPES 4021. Sin embargo, la implementación sigue siendo el gran reto. Aunque la ley contempla sanciones administrativas, que van desde multas, cierres y revocatorias de licencias, hasta la comisión de delitos en materia penal, su efectividad es limitada: las autoridades enfrentan dificultades para identificar responsables directos, muchos procesos se cierran sin resultados y el nivel de impunidad mantiene un pasivo ambiental sin reparar.
Además, persisten vacíos legales y de política que limitan la efectividad de las medidas: el cobro de sanciones y la restauración ambiental presentan alta morosidad y procesos largos que no garantizan la reparación del daño; la trazabilidad de las cadenas productivas sigue siendo débil por la falta de un sistema obligatorio y unificado para rastrear madera y ganado; la ausencia de un catastro actualizado y la superposición normativa en la frontera agrícola facilitan el acaparamiento de tierras y la deforestación; y la articulación entre sanciones, responsabilidad penal y restauración ambiental es insuficiente, lo que evidencia la necesidad de un esquema integral que asegure la compensación y recuperación de los ecosistemas.
“Los retos más urgentes incluyen superar la baja judicialización de delitos ambientales, dotar de mayores recursos y peritos a la Fiscalía y autoridades ambientales, establecer un sistema obligatorio de trazabilidad para madera y ganado, y fortalecer la presencia institucional en zonas críticas, donde el conflicto y las economías ilegales dificultan el control”, añade Daniela Vergel.
El repunte de la deforestación en 2024 confirma que, pese a los avances normativos, Colombia aún no logra traducir sus leyes en resultados efectivos. El reto inmediato es reforzar la acción judicial, garantizar trazabilidad en las cadenas productivas y asegurar presencia estatal en las zonas críticas, si el país quiere evitar que la pérdida de sus bosques siga marcando la agenda ambiental de los próximos años.
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