PERDÓN Y LÁGRIMAS
Dos momentos emblemáticos de la historia que ilustran la estética del sufrimiento, la ética ante el dolor y la capacidad para asumir el perdón, de dos conflictos: El primero, la Guerra de Troya, y el segundo, los Acuerdos de Paz con las FARC-EP, de Colombia.
POR Dr. MIGUEL RUJANA QUINTERO
Director de Investigaciones de Unisinú Bogotá.
La gran tragedia de la humanidad es el perenne daño moral y físico que le causa el ser humano. Por ello, la guerra, el odio, la ofensa y la venganza. Traducción: sufrimiento, lágrimas, dolor y muerte, no obstante, las formas que se han intentado para mitigar tanta pena humana: la justiciabilidad, los acuerdos de paz, y la reconciliación y el perdón. Las dos primeras formas de solución a cargo de gobernantes, y la última, por los pueblos o la sociedad. Solo de esta última se ocupa esta reflexión.
En la primera historia, la Guerra de Troya, los líderes de dos ejércitos sienten la necesidad de la reconciliación. Nos detendremos para ello en el último canto, el 24, de la obra: La Ilíada, escrita por Homero. Allí se narra la guerra entre los troyanos y los aqueos. La gesta más sangrienta y heroica como ninguna otra imaginada, que deja cientos de miles de víctimas mortales, tragedias humanitarias, orfandad y desolación. Esta obra exalta a los cielos y a la eternidad al héroe Aquiles, quien deshonra el linaje de los reyes de Troya y a su descendencia, al tiempo que humilla y esclaviza a su pueblo. A pesar de tanto dolor, presenta un momento de iluminismo, en el décimo año de guerra, en el que los líderes de estos ejércitos se reconcilian.
Para el momento de la reconciliación, ya Aquiles ha destrozado al ejército troyano. Este guerrero, mitad dios, ahora es un genocida como lo llama Homero. Ha asesinado con brutal sevicia y cólera infinita al príncipe de Troya: Héctor. Profanado su cadáver y humillado hasta el trauma a su familia. Aquiles perfora los talones del cadáver de Héctor y pasa por sus orificios las cuerdas que unirá a su carruaje de guerra; luego lo arrastra sin pausa por dos días alrededor de las murallas de Troya. Finalmente secuestra el cadáver, embriagado de venganza y cólera infinita.
Entre tanto, a los reyes vencidos solo les queda aliento para intentar rescatar el cadáver del hijo tan amado. Pero no con hazañas de guerra sino con lo último que le queda al ser humano: la esperanza y la reconciliación. Entonces el rey Príamo, padre de Héctor, llega a la tienda de Aquiles con la ayuda de los dioses, y para evitar su muerte se abalanza y postra a los pies del héroe, abrazando sus rodillas en señal de suplicante (gracia ritual otorgada por los dioses que impide la muerte). Príamo le cogió las manos, aquellas terribles que a tantos de sus hijos había matado, y se las llevó a los labios y las besó. «He venido hasta aquí para llevármelo a casa, a cambio de espléndidos presentes. Ten piedad de mí, Aquiles, en memoria de tu padre: si tienes piedad de él, ten piedad de mí que, único entre todos los padres, no me he avergonzado de besar la mano de quien ha matado a mi hijo». Los ojos de Aquiles se llenaron de lágrimas. Con un gesto de su mano alejó a Príamo de sí, con dulzura. Los dos hombres lloraban, acordándose del padre, del muchacho amado, del hijo. «Sé fuerte, viejo, y no te atormentes: llorar a tu hijo no le devolverá la vida”. Y con un gesto invitó al viejo rey a sentarse, en su asiento. Pero él no quiso, dijo que quería ver el cuerpo de su hijo, con sus propios ojos. Aquiles lo miró crispado, y dijo: «Ahora no me irrites, te devolveré a tu hijo”. Aquiles llamó a las esclavas y les ordenó que lavaran y ungieran el cadáver del héroe sin que Príamo lo viera para evitarle más sufrir.
Preparado el cuerpo, Aquiles le dijo al rey: «tu hijo, viejo, te ha sido devuelto. Al amanecer lo verás y te lo podrás llevar de aquí. Y ahora te pido que comas conmigo». Permanecieron allí hablando toda la noche. “No conseguía no admirar su belleza; parecía un dios. Y él me escuchaba con atención, en silencio, subyugado por mis palabras. Pasamos el tiempo admirándonos. Aquiles se acercó a mí y me dijo: detendremos la guerra para que tengas tiempo de honrar a tu hijo, viejo rey. Y luego me cogió la mano, y me la estrechó, y ya no tuve miedo”. A su llegada al castillo, del rey Príamo, todos querían acariciar la hermosa cabeza del muerto, llorando y elevando sordas lamentaciones.
Aquiles alcanzó la gloria. ¿Como asesino y vencedor?, No. ¿Como orador y estratega de la guerra?, No. ¿Como hijo de la Diosa Tetis? No. La adquirió por el gesto más humano de todos: la piedad, la compasión que se tiene frente a un padre que lo único que quiere es enterrar a su hijo. Por la reconciliación.
El otro hecho histórico de esta reflexión, que vale la pena compararlo con la reconciliación en Troya, es el momento en el que las víctimas del conflicto armado se encuentran con los líderes de la guerrilla de las FARC-EP, para buscar la reconciliación y el perdón, ante la Comisión de la Verdad del Tribunal de Justicia Especial para la Paz, el pasado 23 de junio de 2021. Independientemente del Acuerdo de Paz al que ya habían llegado para el cese al fuego.
El exguerrillero Antonio Lozada subió al estrado, frente a las víctimas. Manifestó que: “Prefiero no hacerlo aquí (pedir perdón) porque considero que resultaría un ‘acto cínico’, debido a que solo sirve para llenar titulares de prensa”. Aunque señaló que ya lo había hecho en otros lugares. Que “la guerra ensordeció el sufrimiento de quienes nada tenían que ver” (como los secuestrados). “Cuando escuchamos por primera vez en La Habana los relatos de las víctimas, generó un impacto enorme en los líderes de la guerrilla. Se dejó de lado los ruidos y explosiones para ver lo inhumano de esta guerra”.
El máximo jefe de las FARC-EP, Rodrigo Londoño, también subió al estrado del perdón: “Admito el sentimiento de vergüenza producto de los secuestros que hirieron a todas y todos en lo más sagrado del corazón. Sé que se requiere comprensión para quienes se abstienen de perdonar, y aspiramos por el establecimiento de la paz. Esperamos que alguna vez puedan perdonarnos por el dolor incalificable del secuestro”, manifestó.
Ingrid Betancourt también subió al estrado. Una de las víctimas representativas: secuestrada durante un poco más de seis años, hasta el 2008. Se mostró inconforme con el perdón pedido por las FARC y refractaria a darlo ahí. Criticó el tono político de las declaraciones de los excombatientes. Y lamentó que la solicitud de perdón “no saliera del corazón”, “que no fuera sincera”: “Escuché con emoción los relatos de mis hermanos, los vi llorar y me cuesta trabajo no seguir llorando, pero debo confesarle que me sorprende que de este lado todos estemos llorando y del otro lado (la guerrilla) no haya lágrima alguna”, expresó Betancourt.
El presidente de la Comisión de la Verdad, Padre Francisco de Roux, cerró el espacio haciendo una reflexión: “Hay que transformar la memoria, para que nos ayude a comprender la tragedia. Para que nos impida el sentimiento de venganza. Y para que nos permita pensar que lo intolerable no puede jamás volver a suceder”. (Comisión de la verdad, 2021)
Las partes, en Colombia, al parecer, apenas se acercaron al acto del perdón. Cada uno solo pudo ver en el otro un deudor de bienes de vida. Una de las partes dijo que ya habían pedido perdón; que no se los han concedido. Ingrid, que el perdón no se pidió desde el alma con lágrimas en los ojos. En otras palabras, pidieron perdón a cambio de algo distinto del perdón mismo, lo que equivale a falsificar la relación que se pretende establecer. Es darle un carácter prorrogable y espurio. (Jankélévitch, 2003)
En lugar de desnudar el dolor del exceso de lenguaje toxico, y de su rostro trágico, se revivieron estos sentimientos padecidos por las víctimas, haciéndolas refractarias al perdón. No se consideró que el perdón no es plenamente un acto voluntario, una acción, sino algo que adviene, un evento (sublime) que le ocurre en algún momento al sujeto que perdona en virtud de que lo quiere, con un querer no voluntarista sino afectivo: un deseo infinito de desprenderse del fantasma del verdugo que aún lo esclaviza. Jankélévitch precisa que el perdón: es un ‘evento hiperbólicamente ético’, en cuanto es el bien (el deseo) que llega a quien ya no puede justificarse a sí mismo, y que lo acerca, entonces, al único ser en el universo que puede acogerlo y en cierto sentido restituirlo a la comunidad. Reconciliarlo con ella».
El evento del perdón no significa borrar el dolor y la memoria del bien que se ha perdido, como dice el Padre De Roux. Todo lo contrario, ahora el dolor va a evidenciarse como puro dolor, purificado del odio, del rencor y la venganza, que en cierto sentido lo perturba y distrae. Así, pues, el perdón que se da y el que se recibe terminan siendo un acto de caridad, de condonación, que sólo podría ocurrir en la fragua de un encuentro en el dolor. En un dolor compartido, que se comprende.
El perdón no depende de que se pida con lágrimas en los ojos. No es un acto racional. Depende que ya no pueda justificarse, sobre todo en el odio y la venganza, como en Troya. El perdón es el momento del ser humano en el que el daño causado ya no le impide reconocer al otro en su alteridad.
AQUILES Y HÉCTOR EN LA PELÍCULA TROYA, DE WARNER BROS.
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