El inicio de un texto literario: nacer al mundo
Un buen ejercicio que uno puede hacer, consiste en revisar la forma como comienzan las obras literarias que más recuerda.
POR JACOBO VIVEROS GRANJA[1]
Por ejemplo, tengo conmigo Pedro Páramo, la novela de Juan Rulfo y sin ningún preámbulo entro en la historia, un personaje me dice sin preguntarle por qué fue a determinado lugar, menciona el título del libro y proyecta ante mis ojos una leve película, el hijo ante la madre que está muriendo le hace su última petición, yo imagino las manos de los dos aferrándose con mucha fuerza, con las articulaciones muy visibles, sin poder despegarse tras la muerte: «Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. ‘No dejes de ir a visitarlo —me recomendó—. Se llama de otro modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte’. Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas».
Julio Cortázar en el cuento Las armas secretas, irrumpe con un comienzo que es una pregunta disimulada para el lector, un descubrimiento de murciélagos que salen volando cuando se destapa algo en una película. Muchos nos quedaremos pensando en ese descubrimiento y la cotidianidad no se volverá a ver del mismo modo, porque desde el momento en que leo este inicio cada tendida de cama es otra cosa, dar la mano es algo extraño que se hace como si fuera la primera vez, lo más insignificante es muy profundo, después vuelvo otra vez a arreglar la cama, nada más: «Curioso que la gente crea que tender una cama es exactamente lo mismo que tender una cama, que dar la mano es siempre lo mismo que dar la mano, que abrir una lata de sardinas es abrir al infinito la misma lata de sardinas. ‘Pero si todo es excepcional’, piensa Pierre alisando torpemente el gastado cobertor azul. ‘Ayer llovía, hoy hubo sol, ayer estaba triste, hoy va a venir Michèle. Lo único invariable es que jamás conseguiré que esta cama tenga un aspecto presentable’».
Finalmente, un poema, la poesía también tiene comienzos… Del silencio, de Alejandra Pizarnik, es el texto donde sabemos quién es la emisaria en el mundo de una voz, yo entro a ese jardín de un solo pájaro, del color que devora su propio color: «Esta muñeca vestida de azul es mi emisaria en el mundo/. Sus ojos son de huérfana cuando llueve en un jardín donde un pájaro lila/ devora lilas y un pájaro rosa devora rosas». Pareciera que todo comenzar en literatura fuera una justificación, una explicación que no le pedimos al personaje, y al escucharlo entramos en su mundo, nos abren los párpados a lo que había sido antes invisible. Pero la cama sigue sin tener el aspecto presentable…
[1] Escritor y profesor de la Universidad Javeriana
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