El largo camino para arribar a las Indias
Ambición, codicia y lucro son vectores que han acompañado las más excelsas y las más ruines de las empresas de los hombres.
POR LUIS BENJAMÍN CEDIEL GUZMÁN
Arquitecto, Universidad de Los Andes.
Los intereses económicos han definido los límites del poder entre las culturas y han presidido sus conflictos políticos y sociales desde los tiempos bíblicos de sumerios, caldeos, asirios, persas… y de forma invariable, los codiciosos siempre fueron contra los reinos posicionados como regidores de los destinos, pasando por la Troya hitita para los griegos, el rico Egipto de los faraones para las culturas del Mediterráneo, fenicios y cartagineses, del Mar Negro al Mediterráneo, y Roma, la Hispania para libios y mauritanos, el Imperio Bizantino para la misma Roma, y siguiendo para los otomanos selyúcidas, anglos y gaélicos para los nordos… y la misma Castilla no pudo escapar a la codicia de galos, germanos y sajones.
En los albores de la Edad Media los pueblos europeos se cuestionaron de dónde podía venir todo el oro que lucían y proveían aquellos pueblos norteafricanos que los importunaban con el asalto de sus algaradas y que hacía inmensamente ricos a los comerciantes del ducado de Venecia y a los principados de Pisa, Génova y Florencia. Tanto, que las primeras monedas acuñadas de oro fueron en Venecia y dieron origen a las primeras bolsas, porque los banqueros cargaban su oro en bolsas atadas a sus cinturas. Ellos ejercían su oficio sirviendo de garantes para las transacciones y surtían de monedas certificadas como oficiales a comerciantes y viajeros. Este movimiento cada vez más activo llevó a refrendar la proporción exacta del oro presente para cada lote acuñado, dependiendo de la disponibilidad del mismo contra la demanda de la especie física. Un tema que trataría en detalle el escocés Adam Smith en su obra La Riqueza de las Naciones.
Los lusitanos en sus singladuras anuales, en la temporada para hacer el atajo y beneficio de los arribazones de los cardúmenes de atunes pelágicos que accedían por el estrecho de Gibraltar, poco antes, Columnas de Atlas, hasta darse la invasión morisca a la península, desde los tiempos del rey Dinis, de la Casa de Braganza, por el 1279, o sea final del s. XIII, en paralelo al negocio de la pesca, estaban intrigados por el origen de todo ese oro brillante e incorruptible que lucían sus hombres, mujeres, niños y hasta los aperos, riendas y alamares de sus jacas.
En 1317 Dinis hizo un trato con el navegante y comerciante genovés Manuel Pessanha (Emanuele Pessagno), nombrándole primer almirante de la flota real con privilegios comerciales para su país, a cambio de veinte navíos con sus tripulaciones, para defender las costas de su país de los ataques de la piratería (musulmanes norteafricanos), sentando las bases para formalizar la primera marina portuguesa, y el establecimiento de una comunidad de comerciantes genoveses en Portugal.
Para aquellos tiempos, y desde el s. VII, el territorio de Hispania estaba ocupado en las guerras para expulsar a los musulmanes invasores de las diferentes regiones y reinos. Solo fue a partir de la batalla de Navas de Tolosa, el 16 de julio de 1212, que a instancias del Papa Inocencio VII , a manera de Cruzada, los cristianos reúnen 70.000 hombres bajo el mando de los tres reyes hispanos Alfonso VII de Castilla, Pedro II de Aragón, y Sancho VII de Navarra, para enfrentar a 100.000 moros almohades andalusíes y norteafricanos del califa almohade Abu Abd Allah Muhammad Al-Nasir, y logran la impresionante victoria que cambia el rumbo de la historia para Europa, dando inicio al pliegue hacia el sur de la morería, que culminó con la expulsión de aquel califa Boabdil y su morería, de los califatos de Córdoba y Granada. A partir de finales del s. XIV la corte y gentes de la Hispania comenzaron a seguir con más atención las noticias de las navegaciones, avances y exploraciones de los lusos costeando la Libia hacia el austro.
Contraviniendo las advertencias de los musulmanes sobre los monstruos, meteoros y tragedias que los esperaban si aproaban hacia el sur, los lusos se dejaron caer y dieron con las Islas de Madeira por João Gonçalves Zarco (1418), las Azores por Diogo de Silves en 1431, y las mismas Canarias… A Alfonso IV sucede la Casa de Avis con su rey Joao I y se intensifican las expediciones. Portugal asume la iniciativa cuando el heredero Enrique, llamado El Navegante, crea la Escuela de Marinería de Sagres en el vecindario de Lisboa y, desde la misma, da inicio a organizar la actividad náutica, naviera y de la cartografía.
Hasta el s. VI los portugueses practicaban una navegación de cabotaje costanero, tripulando barcas y barineles, embarcaciones pequeñas y frágiles que poseían un solo mástil con velas cuadras fijas. Estos barcos no conseguían dar respuesta a las dificultades que surgían en el avance hacia el sur, como bajíos, arrecifes, peñascos, vientos y corrientes marinas adversas. De esta Escuela de Sagres sale la carabela, la embarcación manca (diseñada sin remos) y autónoma, que permitió la primera fase de los descubrimientos lusitanos, en la era atlántica y africana. Era veloz, de navegación fácil y de mayor capacidad de abordaje. Tenía en su inicio un aparejo latino rectangular. Más tarde, tomaron de los árabes del Océano Índico su más funcional vela triángula o trina, asida de una entena en vez de una verga. Aunque la carabela ahora permitía pernoctar durante varios días en altamar, su capacidad de carga era limitada para travesías oceánicas de exploración más extensas y la necesidad de una mayor tripulación eran sus principales inconvenientes.
Para la navegación astronómica, recurrieron a instrumentos de navegación de los árabes como la brújula (tomada de los chinos), el astrolabio y el sextante. Inventaron otros como la balestilla o «bengala de Jacob» (para obtener en el mar la altura del sol y otros astros), que no utiliza la graduación de un arco de circunferencia pero sí un segmento deslizante a lo largo de un asta, con el ojo del observador en línea recta al astro observado. Pero como los resultados variaban conforme al día y mes del año, lo que obligaba a hacer correcciones de acuerdo con la inclinación del sol. Por eso en el s. XV, después de 1483, desarrollaron Tablas de Inclinación del Sol impresas en Venecia. Eran documentos precisos para la travesía en alta mar, habiendo recibido una gran difusión, como otras tablas que contenían las correcciones necesarias al cálculo a través de observar la altura de la Estrella Polar, pues, aunque se contaba con el fraccionamiento de la circunferencia en meridianos, todavía no estaba resuelta la cuestión de los paralelos y de un Ecuador.
Cinco años después de la conquista de Ceuta en 1415, el infante Enrique El Navegante fue nombrado administrador de la Orden de Cristo. Tras el desastre de Tánger en 1437, donde resulta muerto el infante Juan, heredero a la corona de Portugal, y con la derrota portuguesa, se dejó a un lado de momento el proyecto de conquistar los territorios del Sultanato benimerín (Benín). Es el momento en que los lusos, luego de asumir parte del Archipiélago de Las Canarias, entre 1325 y 1357, Alfonso IV concedió financiación pública para fomentar una flota comercial y ordenó las primera exploraciones marítimas portuguesas a Canarias, con el apoyo de Génova, bajo el mando de Manuel Pessanha, llegando a Canarias en 1341, sin embargo 29 años antes, en 1312, el genovés Lancelotto Malocello había descubierto Canarias para la República de Génova. Su explotación fue concedida en 1338 a los comerciantes extranjeros, pero en 1344, Castilla se las disputó, siéndoles concedidas al castellano Luis de la Cerda. Al año siguiente, Alfonso IV envió una carta al Papa Clemente VI refiriéndole los viajes portugueses a las Canarias y protestando por esa concesión a los castellanos. En las reclamaciones sobre su propiedad, sucesivamente renovadas por ambos pueblos ibéricos, prevaleció finalmente la voluntad del Rey de Castilla sobre las islas (que fue quien las conquistó, estableciendo en ella colonos castellanos) y doblan el Cabo Bojador.
En el reinado de Alfonso, en 1441, Nuno Tristão llega al Cabo Blanco. Junto con Antão Gonçalves hicieron incursiones en el Río de Oro, en territorio de Guinea, de donde fue obtenido oro en polvo. En el lapso de dos décadas se había vencido la barrera del Sahara y los lusos accediendo al Golfo de Guinea encontraron en los reinos de Benín y Guinea aquella mítica Minha de Ouro, dando inicio al comercio de oro y esclavos en lo que hoy es Senegal, Camerún y Sierra Leona.
Joao I despacha a su hijo Manuel a conseguir información y va a dar a la arrogante Istambul, ahora en poder de jenízaros otomanos de Soleimán, cuyas banderas rojas del islam la habían aislado de las naciones de occidente y cerrado la Ruta de la Seda a partir de 1453, llevaban 39 años en esta situación y las banderas de Mehmed II, Fatih o “el Conquistador”, amenazaba ahora con invadir Europa para someter a los infieles.
Solo los astutos venecianos habían osado negociar con los otomanos el acceso a sus mercaderías. Es la época en que el joven delfín luso la visita y en un anaquel de la biblioteca del palacio de Topkapi el inquieto infante Manuel descubre aquel legendario planisferio del almirante Piri Reis de Soleimán, cuya copia lleva a Sagres. Una copia del mismo fue sacada de forma subrepticia por Colón. Los avances y logros de los portugueses con el oro de Benín en camino hacia las especias y China de la Ruta de la Seda fue lo que acicateó al empobrecido reino de Castilla a pretender hacerse a un bocado de tan prometedor festín.
Ingresando el reino de Castilla a la competencia de conquistas y colonizaciones, el avance de los lusos se continuó mientras se construían fuertes en La Mina y Santo Tomé, y Príncipe se convertía en la primera colonia productora de azúcar. En el reinado de Alfonso V se conquistaron las plazas de Alcazarseguir (1458), Arzila (1471) y Tánger, después de que los habitantes hubiesen huido por la caída de Arzila y se diera la derrota de los lusos.
Las expediciones y conquistas de los portugueses se reasumen en 1492, al tenerse la noticia del arribo del genovés Cristóbal Colón, al servicio de Castilla, a las Indias y los lusos tomaron de inmediato los puertos de Safí (1508), Mazagán (1513), y Azemmour ya en el reinado de Manuel I.
En 1490 una expedición al mando de Diogo Cão entró en contacto con el reino del Congo. El hito decisivo tuvo lugar en 1487, cuando Bartolomé Díaz dobló el Cabo de las Tormentas que Manuel I bautizó, para mejor augurio, como Cabo de la Buena Esperanza, demostrando que era posible alcanzar el Océano Índico. En 1498 Vasco da Gama cumplía ese desafío llegando a India. La Ruta de la Seda no era ya imprescindible para acceder a los mercados del Lejano Oriente.
En este momento sucedió lo impensado para Portugal: aunque contando con navegantes bragados, quienes pudieron reescribir mil y más Os Lusiadas, los vientres de sus mujeres no parieron los varones suficientes para colonizar, ocupar y defender los nuevos territorios al punto que, imitando a Cartago, Portugal se vio obligado a dejar una red de puertos para el cabotaje de sus navíos en su derrota hacia la India, las islas de las especias -Indonesia y las Molucas-, Formosa y, finalmente, la distante China de la seda, la porcelana y mil novedades más.
En tiempos contemporáneos su esfuerzo se vio recompensado: el haber dejado toda esta serie de puntos de su dominio para su cabotaje a la luz del acuerdo internacional de las 200 Millas náuticas de Aguas de Exclusión para su dominio territorial, Portugal resultó resarcido por su dominio más extenso de las aguas, y su radio de plataforma submarina sobre el resto de las naciones.
Para Castilla esto se dio navegando francos hacia levante a partir de la gesta de otro notable piloto portugués: Fernando de Magallanes. Malogrado en su camino, la expedición fue terminada felizmente por Juan Sebastián El Cano en su nao “Victoria”, a partir de doblar por el austro la Tierra de los Patagones (Estrecho de Magallanes) y finalmente el Cabo de la Buena Esperanza para acceder al Atlántico Sur. Siendo tan exigente y larga la travesía se hizo gran logro al despachar los Galeones de Manila desde los puertos de Acapulco y San Francisco en la Nueva España, y los de Panamá, Guayaquil y El Callao al sur. Finalmente se impuso sobre los otros el puerto de Acapulco. ¡Toda esta gesta épica la logró Castilla en menos de 65 años!
En Cádiz la Casa de Contratación cargaba las naos y galeones a tope con las mercaderías que debían hacer ferias en las Indias para vender herramientas, armas, pólvora, semillas, telas, calzado, cueros curtidos, herrajes, vino, licores, ganado y caballos en pie… Cumplidas las ferias, para el tornaviaje cargaban sus utilidades consistentes en oro, plata, esmeraldas, perlas… el dinero producido por las ferias y los tributos coloniales juntos con las otras mercaderías de valor como cueros, maderas, añil, cochinillas, pimienta guayabita, cacao, vainilla y manufacturas exóticas.
Las juntas de naos (voz castellana porque convoy es palabra inglesa) se hacían en Cádiz, algunas bajaban desde Sevilla por el Guadalquivir a Cádiz, o bien otras arribaban de puertos del Cantábrico siendo uzkadíes, gallegas y asturianas. Éstas tomaron sus nombres de acuerdo con sus destinos, ya fueran por el Caribe hacia la Nueva España o Panamá: A la flota del norte se la llamó Flota de la Nueva España y a la del sur como Flota de Tierra Firme. Un poco más tarde se la llamó Flota de la Nueva Andalucía o Flota de Barlovento. Se la terminó denominando simplemente Flota de Barlovento y, para el tornaviaje, hizo una gran junta: los metales, dineros y tributos del sur se los recibían en los puertos de Panamá y se despachaban para Cartagena de Indias, y de allí para San Juan de Ulúa o La Habana, para armar la junta de la Gran Flota del Tesoro de las Indias.
En cada junta una nao capitana iba en vanguardia junto con carabelas como naves de aviso ligeras. Más tarde fueron sustituidas por las más veloces zabras. Seguía el grueso de la flota custodiada en sus flancos, dependiendo del número de navíos y del valor de la mercancía, por galeones, fragatas, corbetas y bergantines. Cerraba una nao almiranta que debía ser otro galeón, donde iba el comodoro o general de la junta, quien comanda un grupo mayor de cuatro navíos. Castilla empleaba el rango de general pues no empleaba el moro de almirante.
Las naos en mal estado para su navegabilidad eran un gran problema para la junta que debía navegar avante. La demanda por colonizar las Indias obligaba a tomar cuanto casco estuviera en la capacidad de poder flotar y ello encubría la falta de honestidad entre algunos de los armadores. Aquello terminaba en tragedia con el naufragio de alguna nao y el ahogamiento de los sueños de muchos inocentes. Como no podían esperar por las naos que quedaban a la saga o las desarboladas por el efecto de las tormentas, especialmente las que sorteaban los huracanes del Caribe, fueron la presa preferida de corsarios y piratas. Estos empleaban pinazas y naves menores como goletas, que no iban a enfrentar a la artillería de aquellos galeones, fragatas, corbetas y bergantines.
Concluido el tornaviaje y arribados a Cádiz los navíos trasegaban la carga general y de inmediato las naos con tesoros remontaban el Guadalquivir para fondearse en el puerto de Arenales en Sevilla, y desembarcar el oro y los valores que se recibían e inventariaban en La Torre del Oro.
Arribar a salvo a las Indias luego de tan ardua aventura era motivo para que los religiosos a bordo entonaran un solemne Te Deum Gratia Plena. Esto, al divisar tierra en alguna de las islas del Collar de las Vírgenes, entre las Islas Bahamas al norte o ya por el extremo sur, fuera por las islas de Tobago o La Trinidad. Ingresados al Mar de los Caribes, quienes se dirigen a la Nueva España aproan al puerto de La Isabela en La Española, la Quisqueya de los nativos taínos, y posteriormente, al puerto sureño de Santo Domingo, en la hoy República Dominicana, pasando por la parte norte de Puerto Rico (el Borinquen de los nativos). Prosiguen tocando Coiba o Cuba para arribar felizmente a la Nueva España por el puerto de San Juan de Ulúa en Veracruz.
Quienes se dirigen por el sur a la Tierra Firme o su Tierra de Gracia, superando el Collar de las Islas Vírgenes, y ya por el Mar de los Caribes, arriban al Archipiélago de las Margaritas a su puerto de Pampatar. A partir de este zarpan para tocar el puerto de Cumaná, y los que siguen y van apareciendo en un orden indistinto hacia levante por el oeste: Puerto La Cruz, La Guaira, Chuao, Puerto Cabello, Maracaibo, Río del Hacha (hoy Riohacha), Santa Marta, Cartagena de Indias, y terminan su itinerario en los puertos malsanos (por sus males endémicos) de Nombre de Dios, Portobelo o San Lorenzo de Chagres, en Panamá. Si se dirigen hacia las provincias del Perú y Chile deben remontar la cordillera del istmo para caer al puerto de Panamá y navegarán a los puertos de Guayaquil, El Callao y Valparaíso.
Diferente ruta era para quienes viajaría a la Provincia del Río de la Plata. En este caso los navíos zarpan de Las Canarias y costean La Libia (África) hasta el Golfo de Guinea donde aproan francos con buen viento de popa hacia levante. Superadas las discusiones de los Tratados sucesivos de Tordesillas y Alcacovas, arriban al Brefil (Brasil), superando los macareos, que caracterizan los movimientos de la marea en la baja y la pleamar diarios, en la Boca de la Serpiente en el delta el Río Orinoco y del Río de las Amazonas, en reino de Portugal, y arriban al Puerto de Todos los Santos, siguiendo Pernambuco, Sao Paulo, Río de Janeiro, Río Grande, Montevideo, y ya en el ansiado Golfo del Río de La Plata arriban a los puertos de La Asunción en la boca del Río Paraná y, finalmente, Buenos Aires.
*Tomado de su obra “La mayor gloria de España está en los mares”.
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