El racismo: una herencia letal
El racismo es consecuencia de una estética de lo bello, en tanto que es una ideología basada en un modelo europeo-americano que justifica el poder en unos pocos.
Por MIGUEL RUJANA QUINTERO
Abogado. Docente Universidad del Sinú Extensión Bogotá
Hoy Estados Unidos es nuevamente epicentro de racismo en el mundo: disturbios, saqueos y asonadas son el resultado de centenares de manifestaciones en las que se reclama justicia y abolición de toda clase de discriminación, especialmente racial. El pasado 25 de mayo de 2020, en plena pandemia por el Covid-19, la sociedad norteamericana aterrorizada por el contagio y el temor a la muerte se vio sorprendida por las acciones de unos agentes de la policía de Minneapolis (Estado de Minnesota) que arrestaban al ciudadano afroestadounidense de 46 años, George Floyd, por intentar pagar en una tienda con un billete falso de US$20. El policía Derek Chauvin lo reduce hasta la indefensión, en presencia de sus cuatro compañeros, al presionar su rodilla sobre el cuello del detenido. Mientras tanto, Floyd decía agónicamente “¡no puedo respirar!”. La violencia termina con su muerte.
La ciudad se horrorizó con el crimen que hizo desdeñar la pandemia y las medidas de bioseguridad. Se iniciaron airadas manifestaciones que al paso de las horas y los días fueron alcanzando a millones de ciudadanos norteamericanos, con consignas contra la violencia estatal como “Black Lives Matter” (las vidas negras importan). Las protestas unificaron su clamor contra la discriminación y el racismo en más de un centenar de ciudades de los Estados Unidos, dejando a su paso saqueos, daños y muerte. Inclusive, hubo incendios, como el de la comisaría de policía de Minneapolis. No se había presentado una movilización tan grande en los últimos 50 años como la que vive hoy Estados Unidos, solo comparable a las manifestaciones por la muerte del reverendo Martin Luther King, Jr.
Ante la magnitud de las protestas, más de 20 estados han movilizado a la guardia nacional para apoyar a los alcaldes. El ultraje moral de siglos de infamia, esclavitud y muerte se amalgamó con gritos de dolor y desesperación que clamaron ser oídos, que las medidas de fuerza del Estado resultaron inocuas para contener las manifestaciones. El racismo es un problema crónico que la sociedad norteamericana no ha podido superar desde su fundación. Esta cultura de exclusión está llegando hoy al límite de toda resiliencia posible por parte de las comunidades afroamericanas. Es más, las banderas que se alzan por sus reivindicaciones no son tanto por sus problemas económicos, o de pertenencia ni por reformas a los estatutos de la policía que generan agresión y muerte institucional contra estas poblaciones. Sus reclamos hoy son esencialmente de orden cultural y de participación: la abolición del racismo. La sangre derramada por los afroamericanos en la lucha por reformas legales y de justicia institucional para erradicar el racismo ha sido inútil. Al parecer, la disputa por las reformas legales no fue congruente con la historia, en tanto que no enfrentó la real causa del problema endémico; en su momento, esas reformas fueron aspiraciones que hoy la historia que se está viviendo las juzga equivocadas. Tan grave es el daño moral que se está causando que el expresidente George W. Bush declaró: “estamos angustiados por la brutal asfixia de George Floyd y perturbados por la injusticia y el miedo que asfixian a nuestro país”.
Sorprenden las declaraciones del exmandatario por encontrar valor hoy para manifestarse acerca de un problema que afecta integralmente el cuerpo social de su nación, y que no lo hiciera en ejercicio de su cargo. No obstante, es relevante su discurso por ser uno de los líderes de la primera potencia económica y militar del mundo, al señalar que sigue siendo un fracaso que los afroamericanos sean acosados y amenazados en su propio país. Continúa Bush: “Esta tragedia, en una larga serie de tragedias similares, plantea una pregunta muy atrasada: ¿cómo poder poner fin al racismo sistémico en nuestra sociedad?”. Y responde su pregunta enfatizando que, “a pesar de que durante mucho tiempo se ha intentado unir a personas de origen muy diferente en una nación de justicia y oportunidades, la doctrina y los hábitos de superioridad racial, que una vez casi dividieron a nuestro país (en guerra de secesión 1861 – 1865, que dejó más de 700 mil muertos), aun amenazan a nuestra unión”. Y agrega que han subestimado a los héroes de América que han entregado su vida en la búsqueda de la abolición de la discriminación desde Abraham Lincoln hasta Martín Luther King, Jr.; y a los que hay que agregar las víctimas de los últimos 50 años, hasta George Floyd.
Cuando el expresidente Bush afirmó que el racismo que viven es una larga serie de tragedias, tiene razón. Tal vez se refiera a la dolorosa herencia que recibieron de los colonizadores ingleses, desde el siglo XV hasta su independencia en el siglo XVIII. Colonizadores que además de llevar a la nueva colonia la revolución industrial y el liberalismo clásico, también llevaron su pilar esencial: la esclavitud y el racismo. Esta cultura de exclusión los británicos la heredaron de las practicas más antiguas de la cultura grecorromana. Desde aquellas épocas arcaicas hasta hace muy poco esta práctica se vio como una cultura normalizada de discriminación, exclusión, esclavitud y muerte: secuestro de personas para el mercado de esclavos; para las servidumbres de toda naturaleza; se normaliza el concepto de individuos como cosas sin alma que tienen un precio, y de individuos como propiedad de sus amos quienes podían venderlos, explotarlos y hasta darles muerte por derecho. Hechos que degradaron profundamente la cultura y que van a hacer tránsito a través de los siglos dejando la huella de la más grande tragedia humanitaria sin par, conocida hasta hoy. ¿O qué otra violación de derechos humanos se ha perpetrado de manera continua por más de veinticinco siglos? El racismo (inmoral y antijurídico), entre muchos motivos, se normalizó por factores económicos, porque del otro resultaba extraño su color, porque pertenecía a distintas costumbres y porque el otro seguía a dioses, ritos y adoraciones ajenos. Es decir, porque se trataba de individuos sin ninguna posibilidad de relación de pertenencia con el grupo esclavista: ni “humano”, ni “biológico”, ni “social”.
En el siglo XX, las sociedades esclavistas (casi todas), terminaron de abolir la parte operativa del sistema de exclusión social: la esclavitud, por sangrienta y visiblemente indigna. Pero no se renunció a la totalidad del sistema, se conservaría como forma de exclusión el racismo hasta nuestros días. Las ideologías que lo sustentan, además de las eugenésicas, son estéticas; la idea europea de lo bello (lo blanco), la cual justifica que los poseedores de derechos sean los que tengan este color. La distinción de color se va a convertir en el estigma que proporciona un dispositivo para las inhibiciones éticas y morales. Y es justamente lo que las sociedades racistas del siglo XX van a hacer, inhibir los juicios éticos que les va a permitir discriminar dolorosa e incesantemente. Sobre eugenesia, lo hicieron con Ota Benga un pigmeo congolés[1]. Este hombre había bailado y cantado alrededor del fuego ceremonial. En las primeras horas del 20 de marzo de 1916, se encerró en un cobertizo y se dio un tiro en el corazón. Suceso que no tuvo lugar en África, sino en Estados Unidos, el país donde aquel hombre había sido exhibido como atracción: primero en la Exposición Universal de San Luis (Misuri) en 1904, y en 1906 en la Casa de los Monos del zoológico del Bronx (Nueva York). Ota Benga padeció una vida ingrata a la que él mismo decidió poner fin a los 32 años. La antropología consideraba entonces que las “razas” diferentes a la blanca eran fases intermedias de la evolución humana. Por lo que el enfoque darwinista podría enarbolarse (falsamente) como bandera para fundamentar el racismo. Razón por la cual la exhibición de Ota Benga contaba con el apoyo del alcalde de Nueva York y otras personalidades. Práctica que se extendió en los distintos lugares que ostentaban la cultura del racismo.
Acerca de la ideología “estética de lo bello”, va a cambiar todo lo que la filosofía estética, la antropología del hombre y la cultura creativa han pensado sobre lo bello. Al primero que derriban es a Immanuel Kant quien pone el acento, no sobre las cosas mismas, sino sobre nuestros juicios acerca de la belleza (o fealdad) de nuestras representaciones: “Para decidir si algo es bello o no, referimos la representación, no mediante el entendimiento del objeto para conocerlo, sino, mediante la imaginación (…), del sujeto que conoce y al sentimiento de placer o displacer del mismo” (Estética de lo bello. Immanuel Kant). Por el contrario, el racismo, consecuente con la ideología, va a sostener que la belleza está por fuera de quien la observa para justificar su sentimiento de discriminación. Le va a permitir preferir lo que sus sentimientos racistas le indican, elegir aquello que le gusta, por tradición y herencia cultural. Por ejemplo, pueden elegir que el cine, el arte, la moda, entre otros, se puedan crear con imágenes y representaciones de ciertos colores, de la “gente clara”; en los documentales se incluye a la “otra gente”. La “gente clara” es representada como bella por los estereotipos que previamente se han acuñado. El patrón incluye la mejor educación, el poder y los modelos estéticos artificiales. Mientras que “’la otra gente’ es justo eso: lo otro, lo ajeno, lo contrario, lo que ni siquiera aparece o lo que se debe esconder”[2]. Y esto es justamente el origen del racismo, una decisión contraria a toda ética del respeto al otro, a todo aquello que es común a lo humano: a la ética universal.
La lucha que debemos dar es por una ética que no se base en la reivindicación de una exclusión, de un origen compartido por unos pocos frente a la multitud, de un código secreto, de unos cuantos seres superiores o diferentes; sino de una ética que se base en la apertura permanente para reconocer lo humano por lo humano. El racismo es quizás el más abominable paradigma de este tipo de éticas restringidas del linaje; pero también lo es del origen, entendido como origen familiar o nobiliario; o también ese origen de lo nacional, que es el del grupo, de los que comparten el grupo. Esta mitificación de lo originario, del grupo, es también la mitificación de lo natural. Como si alguna comunidad humana fuera natural. No hay nada natural. Las comunidades humanas son artificios forzados en símbolos como el lenguaje; lo bello también es inventado. La tarea es intensificar la cultura por la participación y no la pertenencia. Se deben abrir las fronteras rígidas y convencionales de la mente que excluyen al semejante y se debe aprender a sentir y compartir lo que hay de humano en el otro que es mi propia humanidad. ¡Por la cultura de la participación, no de la pertenencia!
[1] Fuente: OpendMind BBVA, edición digital del 20 de marzo de 2016, visible en https://www.bbvaopenmind.com/humanidades/sociologia/las-razas-humanas-una-idea-a-enterrar/
[2] Fuente: nexos, edición digital del 21 de marzo de 2020, visible en https://eljuegodelacorte.nexos.com.mx/?p=11211
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