NAVIDAD: OSTRACISMO DEL NIÑO JESÚS

NAVIDAD: OSTRACISMO DEL NIÑO JESÚS

En estos últimos tiempos la sociedad de mercado se ha encargado de despojar la natividad de los valores que la habían consagrado como la cuna del salvador. Hoy la figura de Belén padece el confinamiento, el abandono y hasta el olvido. ¡Solo queda el árbol navideño!

POR DR. MIGUEL RUJANA QUINTERO

Director de Investigaciones

Universidad del Sinú – Extensión Bogotá.

Hasta hace 50 años el nacimiento del niño de Belén era adorado por toda la cristiandad. No solo por su radiante belleza y la extrema humildad con que nació en el pesebre, sino porque encarnaba la que sería la más grande misión de redención del ser humano; por todo ello, obedecido con devoción y sumisión de fe.

El Belén del pesebre tiene origen en el Evangelio de Lucas. Cuenta que María “…dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en el pesebre”; enseñanza celebrada por los cristianos de todos los tiempos. Es hasta el 25 diciembre del año 1223 cuando San Francisco de Asís conmemoró, particularmente, ese acontecimiento celestial, dando lugar a la más sagrada y solemne tradición cristiana: el nacimiento de Jesús.

Al mismo tiempo, el franciscano enseñó que este evento sacro es una invitación a “sentir y tocar” la pobreza que el hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación. Y así, implícitamente, es un llamado a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, que desde la gruta de Belén conduce hasta la cruz. Es una invitación a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados (Mateo 25. 31-46). La celebración continuó colmada de luces radiantes, estrellas y villancicos; también con regalos, incorporados a la tradición. Y este último elemento crecerá y crece sin límites desplazando cada día más la espiritualidad del Belén.

Es la sociedad de mercado, la que todo lo tiene y todo lo puede por un precio (Michel Sandel)[1] la que se encargará de desacralizar la tradición religiosa, particularmente, la Navidad. El contenido de esta celebración, lo religioso, no se ha librado de este tsunami ideológico. Se encargarán del despojo de lo espiritual “la teología de la prosperidad” que es la versión extrema de la influencia de la ideología capitalista en el ámbito del cristianismo. Pero no está sola: los negocios y negociados de las distintas iglesias, la existencia de un “mercado religioso”, la aparición de una cierta “religión de consumo”, de corte netamente individualista, las prácticas evangelistas de ciertos grupos que siguen las leyes del marketing, también están impregnadas de la ideología de consumo. Sin proponérselo, o quizás sí, reducen el evangelio a un producto de mercado. (Néstor O. Míguez)[2]. Por lo que el Evangelio de Lucas y la interpretación de la natividad de San Francisco de Asís habrán de ceder el paso al nuevo elemento de la Navidad: el mercado, los regalos en su más extensa diversidad de objetos, de bienes, de servicios y consumo, adornados con árboles brillantes, campanitas y trineos en la nieve.

El mercado se encarga de crear y transformar supuestas necesidades humanas. Aquellas que eran espirituales el mercado las cambia por objetos materiales, lo simbólico, por el respeto a lo humano, pasa a ser reemplazado por anuncios en busca de la “felicidad”. Lo anterior acompañado de programas publicitarios invasivos promocionando atractivas inversiones, fábricas de juguetes que a través de sus coloridos y divertidos comerciales atrapan a los niños para que estos a su vez arrastren a sus padres a comprar el “bendecido” juguete. Se ofrece la financiación o pago aplazado en el cual se diluye la sensación de gastos, se ofrecen las apps para detectar la cercanía del cliente al punto de venta y así realizar ofertas especializadas. Se usa hasta el marketing de guerrilla: llevar el punto de venta al cliente en su camino, sin retrasarlo, para que lo sienta como una compra provechosa de oportunidad. Para hacer imperceptible los costos y para alienar a los sujetos con la fiesta se da inicio a las celebraciones con dos y hasta tres meses de anticipación.

En esta época del año no se adquieren productos por necesidad o por la oferta, sino por la “presión social”. El marketing especializado aconseja como publicidad los mensajes emotivos, es decir, apelar a las emociones, ya sea por el hecho de hacer felices a los demás, o por el simple hecho de que la Navidad es el momento de regalar. Esta fiesta es un momento de compra social. El falso optimismo y estado de “felicidad” que propician en los consumidores todas las marcas y grandes superficies en su comunicación comercial pone la decisión de compra a flor de piel.

Toda esta eclosión y fervor de mercado sería inocente e inocuo si no fuera porque se está constituyendo en el modelo de nuestras vidas y de nuestros anhelos en la práctica, que nos consume al tiempo que consumimos compulsivamente el mercado. Es cierto que de tiempo atrás se ha discutido, o mejor, se han enfrentado mito y realidad (religión y ciencia). Pero también es cierto que ni la realidad ha vencido al mito, ni este a aquella. Pero hoy existe el temor de que el mercado esté venciendo al mito, y porque no, también a la realidad: ¿acaso el pesebre pudo sobrevivir al mercado? A pesar de todo, sí hay acuerdo en que la espiritualidad es el punto que caracteriza el equilibrio que sostiene la paz en medio de los inevitables choques que causan las trasformaciones sociales. No considerar que los sistemas espirituales ocupan un lugar central y constituyen un factor legitimador de diversas instituciones de la vida cotidiana, como la natividad, es un error en el que cae ingenuamente la sociedad deslumbrada, cuando no alucinada, por la magia del mercado.

Hemos podido olvidar el Belén y dejar de sentir su tradición de más de dos mil años, por los efectos del mercado. Pero no solo esto ha podido el mercado: el discurso político de las ideas, la libertad de expresión con fundamento en el respeto al otro, la libertad, la autonomía, y otros tantos valores también han sido modificados, transformados y erigidos en nuevas entidades autónomas, como lo ordena el marketing de los valores modernos, es decir, valores que producen rentabilidad e imagen.

Hoy no se celebra con regocijo y fervor, ni se piensa en la compasión y misericordia que enseña la humildad y el despojo del pesebre. Sabemos que es el mercado, la sociedad de mercado, la que se ha encargado de estas transformaciones. Hoy contadas personas visten el pesebre, y menos oran la novena y cantan sus villancicos. Esta ritualidad ha quedado reservada a las iglesias y a sus guías espirituales. Sin embargo, no por ello las fiestas se han acabado, han continuado despojadas de la espiritualidad del Belén, enviado al ostracismo; siguen las celebraciones, y los regalos cubren sin reserva todas las manifestaciones lúdicas de la sociedad. El árbol colorido y deslumbrante hoy es el símbolo de la otrora navidad.

[1] Recuperado de: Lo que el dinero no puede comprar

[2] Recuperado de: Los mercados en perspectiva bíblica

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